Al oír hablar de esa carrera holandesa, uno se imagina algo muy divertido. Algo así como una oktoberfest del ciclismo, con deportistas y no tan deportistas pedaleando sin prisa mientras beben sin pausa grandes jarras de Amstel, helada, al sol.

 

De hecho, y a la vista de la impagable fotografía que nos ha proporcionado nuestro buen amigo byenrique, eso es algo que, si no está hecho, debería inventarse. En grandes aparatos de beber sobre ruedas, como los de la foto, y por equipos. Las jarras no bebidas penalizan, 10 segundos cada una.

Sí, ya lo sé. Ya sé que a bote pronto Stuart O’Grady y Andy Schleck parten como favoritos, pero nunca se sabe. Igual Tom Boonen le coge el gustillo a la cosa o Carlos Sastre rompe con su imagen más adusta y se revela como una estrella en un tipo de ciclismo no apto para niñatos.

No sé, todo son especulaciones, pero tendría su gracia. Quizás una carrera de un kilómetro, por una causa benéfica, una vez al año. Recorrerse los Campos Elíseos de París en esos bichos, brindando sin parar. Sería espectacular.

Porque, ojo, la clásica cervecera sí que existe, aunque no tiene nada que ver con eso. Se llama así porque la patrocina Amstel desde tiempos inmemoriales y es la primera de las tres clásicas de las Árdenas, junto con la Flecha Valona (que no se llama así porque la haya ganado Flecha) y la Lieja-Bastogne-Lieja.

Como buena clásica que se precie, su dificultad radica en los muros, subidas cortas y duras, la longitud de la prueba y el asfixiante ritmo que clasicómanos y rodadores imponen a este tipo de pruebas. 260 kilómetros y 31 muros, el más duro de ellos, Keutenberg, con un 9,4% de pendiente.

Una buena apuesta para la tarde de domingo. ¿Los favoritos para esta edición de 2011? Pues nunca es fácil acertar con estas cosas. Por seguir la racha de sorprendentes ganadores en las clásicas inaugurada por Nuyens y Van Summeren yo diría que va a ganar Chente García Acosta, pero es jugársela mucho. Quizás sea más fácil apostar por Cunego, Freire, Gilbert, Cancellara o Samu Sánchez. Sin olvidarnos, claro está, del menor de los Schleck. Que adora la carrera. No en vano, por algo la llaman la clásica cervecera.

Por Techo Díaz

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