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Pájaras las hay de muchos tipos, pero dejan una sensación común

El hombre de los manguitos.- Hace unos meses me encontré con un amigo al que hacía tiempo que no veía. Lo cierto es que le vi algo triste y apesadumbrado, como si hubiera algo que le molestara rondándole la cabeza.

-¿Qué te pasa?- le pregunté.

-Nada… que el otro día tuve un mal día… Me pilló una pájara.

-¿Cómo que una pájara?

-Pues sí… A ver cómo te lo explico… Salí con unos amigos a cenar y cuando acabamos nos fuimos a tomar una copa. Lo estábamos pasando bien, nos divertíamos y, además, al poco de entrar en el local donde decidimos pasar el rato empezamos a hablar con un grupo de chicas. Todo iba sobre ruedas, yo me fijé en una chica alta y rubia del grupo, muy guapa y conseguí apartarme un poco con ella. La conversación fue genial, fui simpático y ocurrente y ella se lo estaba pasando genial conmigo… Poco a poco una cosa fue llevando a la otra y un par de copas después estábamos pidiendo un taxi para que nos llevara a mi casa a tomar la última…

-Vamos… que te la ligaste.

-Si… bueno… la verdad es que no lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes? – le pregunté extrañado

-Pues que lo siguiente que recuerdo es que me desperté por la mañana con una resaca de campeonato. Con la espalda molida por haber dormido en el sofá de mi casa con la misma ropa con la que salí la noche anterior…

-¿Y la chica? – me apresuré a preguntar

-¿La chica? Pues la pájara había volado llevándose mi cartera, el móvil, el ordenador portátil y la televisión de plasma.

-¿Qué? – pregunté alucinado sin haber podido aún asimilar toda la información.

-Pues eso… que me levanté molido de dolor y con una cuchillada en mi amor propio porque la pájara había volado y sólo quería robarme… Y yo que pensaba que había ligado…

Yo, que lo de ligar por las noches en discotecas siempre lo he llevado fatal, no podía entender, y aún hoy no puedo entender, cómo mi amigo no lo vio venir y cayó en las redes de aquella pájara. Según dijo toda la noche fue estupenda, se sentía bien, fue ocurrente y seductor y todo parecía que estaba preparado para el éxito… y al final se dio de bruces con la cruda realidad.

Esta misma sensación de incredulidad que me dejó mi amigo con su historia es la que me han producido siempre las pájaras de los ciclistas profesionales. Nunca he alcanzado a entender cómo es posible que un hombre joven que se prepara durante todo el año para afrontar una gran vuelta por etapas y que está luchando con la élite del ciclismo, de repente, un día, sin venir a cuento, simplemente no es capaz de seguir el ritmo de sus rivales y arruina en un mal día toda una carrera.

A lo largo de la historia ha habido pájaras memorables e históricas. Julián Gorospe siempre recordará aquella pájara en la etapa de media montaña de la Vuelta del 83, que mandó al traste sus opciones de victoria en la general y puso en bandeja el triunfo a Bernard Hinault. Nadie se puede explicar qué le pasaba a Perico Delgado en la contrarreloj por equipos del Tour de Francia del 89 donde perdió casi todas las opciones de poder disputar el triunfo final. A mí me resultaba especialmente doloroso ver las numerosas pájaras de Jose María “el Chaba” Jiménez tanto en la Vuelta a España como en el Tour de Francia escasamente un día después de haber realizado un etapón enorme y descomunal…

No soy capaz de entender por qué suceden las pájaras y los que las sufren profesionalmente a menudo las explican con un “es que simplemente… no iba”. Siempre he pensado que las pájaras no existían, que había algo que no nos contaban los ciclistas cuando les pasaba, que había algo oculto… hasta que sufrí una en mis propias carnes.

Yo no soy ciclista, si bien si soy practico otro deporte de fondo agonístico. Soy un corredor popular del montón y como todo corredor popular cuando preparas una carrera siempre te marcas un objetivo. Este año decidí apuntarme al Medio Maratón de Madrid con la idea de intentar bajar mi mejor marca de 1 hora y 40 minutos. Entrené bien durante los 3 o 4 meses anteriores a la carrera, cuidé la alimentación, descansé de maravilla y me planté el día de la carrera en la línea de salida. Estuve calentando sin problemas, la temperatura era fresca pero agradable, idónea para salir a correr. Todo era perfecto, todo se había conjurado para tener el día perfecto. Dieron la salida, empezamos a correr y… vaya… parece que me cuesta coger el ritmo… no pasa nada, luego recupero.

Los kilómetros pasan y no encuentro explicación, simplemente las piernas no van, los pensamientos negativos se amontonan. No recordaba que la calle Bravo Murillo fuera tan larga… Esta cuesta de Príncipe de Vergara la han debido poner ayer porque esta calle nunca se me ha atragantado…. Solo llevamos 13 km… pues respiro como si lleváramos 34… Hasta la recta de meta en el Retiro se me hizo tremendamente larga.

Crucé la meta sin ni siquiera fijarme en el tiempo que marcaba el reloj encima del arco de meta. Apesadumbrado porque sabía que no había sido mi carrera recogí mi bolsa y me fui a casa. Cuando llegué a casa recibí un mensaje en el Móvil: “Enhorabuena ha finalizado el Medio Maratón de Madrid con un tiempo de 1 hora 56 minutos y 23 segundos”

-¿Qué tal la carrera? – me preguntó mi chica

-Mal, he hecho 16 minutos más de lo que esperaba- admití

-¿Y eso?

– Pues no lo sé… simplemente las piernas no iban…

Y después de decir eso me recorrió una sensación como la que debe tener alguien que se despierta en el sofá de su casa con una resaca de campeonato, la noche que creía haber ligado y que descubre que su supuesto ligue le ha robado todo lo que ha podido y le ha clavado una puñalada en el amor propio de las que te dejan tocado un tiempo.

 

 

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