La chapa que nadie quería

¿Cuánto duran ocho segundos? Seguro que Laurent Fignon se lo preguntó muchas veces. En 1989, el parisino perdió el Tour en menos de lo que tarda un jamaicano en correr los 100 metros, en apenas nada, en un mal sueño acontecido en las calles de la ciudad que le vio nacer, hace ahora 50 años.

Se fue ayer uno de los mejores ciclistas del ciclismo moderno, el último gran campeón francés, el último que copó lo más alto del podio en los campos elíseos. Jalabert, Virenque, Moreau, Claveyrolat… todos han sido muy buenos, pero para subir al Olimpo del ciclismo y tratar de tú a tú a Laurent hay que haber hecho lo más grande en este deporte: ganar un Tour de Francia, algo que Fignon hizo dos veces.

En 1983 el parisino lograba, con sólo 23 años, ganar el Tour de Francia. Al año siguiente, con 24, arrasó. Resulta difícil hoy en día imaginar una carrera tan brillante y tan precoz cuando, con permiso de Alberto y de Andy, los grandes ciclistas alcanzan la madurez a los 28 ó 29 años. Cierto es que el ganador más joven de la historia de la Grande Boucle, Henri Cornet, lo hizo con 19 años, pero era en 1904. Podemos decir que eran otros tiempos.

Hoy el mundo ciclista rinde un sincero homenaje al también ganador del Giro de Italia en 1989, y al hombre que perdió el Tour frente a Greg Lemond por sólo ocho segundos. No sólo el Tío del Mazo, sino el mismísimo Monsieur Mazó, que tanto se desgastaron intentando acabar con sus fuerzas en La Plagne (gracias Enrique por el recuerdo) no pueden sino expresar su admiración ante el que fuera corredor de Renault, Systeme U, Castorama y Gatorade.

Y sin embargo, mis recuerdos son otros… En los años 80, los chicos de mi generación conocimos y empezamos a amar el ciclismo no sólo gracias a los resúmenes de la Vuelta y a las gestas del Tour, sino también a las carreras de chapas. Vendían entonces pegatinas con las caras de los principales ases del momento: Hinault, Lejarreta, Delgado, Chozas, Pino y, como no, el mismísimo Laurent Fignon.

Y nadie quería jugar con Fignon. Da igual que te asegurasen que la chapa era muy buena, la gente prefería, si era preciso, jugar con Camarillo. Porque Fignon fue el malo en los 80. Era el rival de Perico, era francés, tenía cara de empollón y, encima, esto fue el colmo de la época, un día escupió a un cámara de televisión española.

El francés, que dio positivo por anfetas en el 87 y se hartó a decir que le habían sobornado para que Lucho Herrera ganase la vuelta de aquel año, no caía especialmente bien en España por entonces y todos nos alegramos enormemente el día en que Greg Lemond, que como ciclista fue mucho más limitado, le arrebató el Tour por 8 segundos en una contrarreloj.

Pero así era Fignon. Orgulloso y soberbio. Fuerte y a la vez erudito. Capaz de lo mejor y de lo peor. El antagonista soñado. Alguien a quien odiar y admirar. Alguien por el que gritar hasta desgañitarte cuando Perico, Parra o Pino atacaban en la montaña, alguien que hacía el ciclismo mucho más grande, más épico, más sentido.

Nuestro más sincero homenaje.

Por Techo Díaz

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