Un viejo dicho popular del Tirol afirma que pasear por Innsbruck está muy bien, pero que cuando tienes muchas ganas de montar en bici por Innsbruck, montar en bici por Innsbruck es la hostia. Probablemente, el dicho sea fruto de alguna mala traducción o, quien sabe, quizás no haya existido nunca, pero lo cierto es que aquellos que hemos pedaleado por la capital del Tirol podemos dar fe de la gran experiencia que supone.
No es que sea Innsbruck una ciudad especialmente pensada para las bicis. Historiadores y arqueólogos parecen coincidir en este punto y descartan que el puente sobre el río Inn que dio pie al nacimiento de la ciudad en el año 1187 estuviese específicamente diseñado para acoger carriles bici o facilitar el tráfico de ciclistas aficionados o profesionales. Pero, al contrario que otras aglomeraciones de humanos, ha sabido adaptarse a los tiempos que corren y presenta una excelente oferta para los ciclistas.
No en vano, Innsbruck es una ciudad especialmente diseñada para los deportes. Sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1964 y 1976, más que acondicionar el centro con carriles bici, la ciudad austríaca ha apostado por crear una serie de senderos que la comuniquen con aldeas, pueblos y montañones cercanos, habilitando también agradables carriles bici a orillas del río Inn que se comunican con estos caminos.
Los semáforos cuentan con indicaciones especiales para bicicletas y las señales delimitan claramente que carriles son aptos para ciclistas y cuáles para señores con sombrero. En algunos sitios, incluso, los señores con sombrero, llegan a compartir carril con las bicicletas siempre que, claro está, vayan acompañados de niños o personas no muy altas.
Hacerse con una bici tampoco es especialmente difícil. En la oficina de turismo, justo donde empieza Maria Theresien Strasse, una de las calles más turísticas y bonitas de la ciudad, te dan toda la información necesaria, y apenas unos metros más adelante, justo al pasar el Triumphforte o arco del triunfo, se encuentra i.bike, una tienda de alquiler donde unos simpáticos aborígenes te aconsejan qué tipo de bici escoger en función de la ruta y los caminos elegidos.
Y si pasear en bici es por lo general un placer, puedo asegurar que hacerlo por Innsbruck es una auténtica gozada. Y quizás sea meterse mucho en autobiografías, pero me resulta imposible no recordar que hace apenas dos semanas estuve allí de flitterwochen, que es como alemanes y austriacos llaman a la luna de miel, y que fuimos inmensamente felices pedaleando entre ríos y montañas.
Poco antes de devolver las bicis, decidimos parar para hacer la que finalmente se convirtió en mi foto favorita del viaje. Es una libre adaptación de unos versos de una canción de Manel, que ni siquiera cuenta la misma historia, y a la que además ha habido que cambiar un par de palabras, pero que define a la perfección un momento tan mágico como irrepetible.
Heu parat una bicicleta aprofitant la vista privilegiada d’una ciutat.
Tu assenyales l’absis barroc d’una catedral i sou joves i forts,
i sentiu l’eternitat al vostre davant!
(Habéis parado una bicicleta aprovechando la vista privilegiada de una ciudad.
Tú señalas el ábside barroco de una catedral y sois jóvenes y fuertes,
y sentís la eternidad delante de vosotros)
Por Techo Díaz