Por Techo Díaz.- El 28 de julio de 2012 amaneció soleado en Londres. Soleado y olímpico. Desde 1948 no se veía nada similar a orillas del Tamesis. Entonces, la estrella fue un ama de casa holandesa, con dos hijos y 32 años, que ganó cuatro medallas de oro en la pista de ceniza de Wembley. Fanny Blankers-Koen se había clasificado en realidad para seis pruebas de atletismo, pero las reglas de la época solo la dejaron competir en cuatro y se tuvo que volver a casa “sólo” con cuatro medallas. Más pintoresca aún es la historia de Micheline Oestermeyer, campeona olímpica de peso y jabalina en aquellos juegos del 48. Era pianista de profesión.

Y hay otra historia más, la de Karoly Takács, tirador húngaro, con cierto sabor a Iñigo Montoya y la princesa prometida. Takács ya era campeón del mundo de tiro antes de estallar la segunda guerra mundial, pero también sargento de profesión, y en el curso de unas maniobras le estalló una granada y perdió la mano derecha. El húngaro veía así como se esfumaban sus sueños de ser campeón olímpico. Salvo que aprendiese a tirar con la izquierda. Lo hizo. En 1948 el ahora capitán sorprendió a todo el mundo ganando la medalla de oro en la categoría de Tiro Rápido con Pistola en Londres, metal que volvió a conquistar 4 años más tarde.

En 2012 ya casi nadie se acordaba de los héroes del 48, e Inglaterra entera suspiraba por su nuevo campeón, el hombre que iba a dar la primera medalla al Imperio Británico, el ciclista más rápido del mundo, el hombre de la isla de Hombre, Mark Cavendish. El velocista formaba equipo con el ganador del Tour de Francia, Bradley Wiggins, el segundo clasificado del Tour de Francia, Chris Froome y el ganador de etapa en el Tour David Millar. El mejor equipo de la historia de Inglaterra.

Quién diga que el ciclismo no levanta pasiones en Inglaterra se equivoca. Quien diga que los ingleses pasan un scrambled egg de las olimpiadas, erra estrepitosamente. Y quien piense que el ciclismo es aburrido tendría que viajar por otros países para vivir una fiesta en condiciones y dejarse de paparruchas.

Este sábado amanecí a cinco paradas de eso que llaman espíritu olímpico. En dos metros estaba ya en Richmond Park, siguiendo a otro montón de pirados que corríamos hacia las calles donde iba a pasar la prueba, recién empezada, a eso de las diez de la mañana. Cuando aún no ha pasado nada. Vamos, cuando aún no se ha descolgado ni Falete.

Cogimos sitio para verlo en quinta fila. Calles atestadas de gente esperaban el paso del pelotón, con gentes de todas las nacionalidades. Irlandeses de varias toneladas, australianos, belgas, americanos, españoles con camisetas de Mahou y cientos de union jacks jaleaban el paso del pelotón. Al más puro estilo Tourmalet, pero con bobbies.

Y había ganas de cachondeo. La ovación que se llevaron los primeros motoristas y los coches de policía fue apoteósica. De hecho, los polis que no conducían saludaban con las manos a las masas enfervorecidas, mientras las masas intentábamos sacar fotos o videos como el que cierra este post. Hemingway nunca lo hubiera escrito, pero Londres era una fiesta.

Un aventurero kazajo, más listo que el hambre y desde luego que muchos colombianos, acabó con los sueños de muchos ingleses en la primera jornada de sus juegos, pero la gente salió a celebrarlo. Se tomaron pintas a la orilla del Tamesis y se compraron camisetas de Mata y de Silva en Portobello Road. Habían empezado los Juegos Olímpicos.

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