Por Techo Díaz.- “Existen fantasistas que se tragan ladrillos y otros a ranas vivas. He visto faquires que escupen plomo fundido. Son personas normales. Los verdaderos chiflados son algunos iluminados que abandonaron París para comer polvo. Los conozco bien; formo parte de ellos”.
Así de contundente se mostraba Albert Londres, uno de los mejores cronistas del siglo XX, a la hora de describir el pelotón del Tour de Francia de 1924. El cronista de los infiernos, como también era conocido, siguió desde un coche los 5.400 kilómetros que, divididos en 15 etapas, formaban lo que entonces era, literalmente, la Vuelta a Francia.
Londres, que había estado cubriendo la I Guerra Mundial y que finalmente moriría en misteriosas circunstancias en el incendio de un paquebote, quedó sin embargo perplejo ante el carácter y la capacidad de lucha de los que él llama chiflados, los integrantes de un pelotón que se levantaban por la noche para cubrir etapas de hasta 482 kilómetros que, en el mejor de los casos cubrían como el ganador de la quinta etapa, el belga Omer Huyse, en diecinueve horas y cuarenta minutos.
Pero lo que más sorprendió al periodista francés fue el plantón que el entonces vigente ganador del Tour, Henri Pélissier, hizo al todopoderoso patrón del Tour, Henri Desgrange, al que no sólo desafió en la tercera etapa sino al que además le plantó, según su propias palabras, una sonora bofetada.
El reglamento del Tour establecía que todos los corredores debían terminar las etapas con todo aquello que tuviesen en la salida. Es decir, no podían tirar ni un botellín, ni un neumático (porque entonces cargaban con ellos), ni mucho menos un maillot, bajo riesgo de penalización. Pero la madrugada del 24 de junio de 1924 era fría y Pélissier salió con dos maillots. A medida que el día se hizo más caluroso se quitó uno de sus maillots y lo tiró. El manager de otro equipo lo vio y corrió a darse el chivatazo, lo que provocó que el entonces vigente campeón fuese penalizado.
El francés siguió corriendo. Tres días después, el 27 de junio, daba comienzo la tercera etapa del Tour cuando un comisario de la carrera se acercó a Pélissier y, sin decirle nada, le levantó el maillot para ver que llevaba debajo. Aquello fue demasiado para el temperamental ciclista, que no dudó en dirigirse al organizador del Tour para dedicarle algo más que palabras.