Por Techo Díaz.- El mejor ciclista de todos los tiempos no fue, en contra de los que muchos piensan, Eddy Merckx. Tampoco era francés, ni suizo, ni americano. No se llamaba Jacques, Bernard, Lance, Fausto ni Louison. Ni tan siquiera, mal que nos pese, se llamaba Miguel Indurain y tenía 28 pulsaciones en reposo. Pero en algo sí se parecía al gran campeón navarro, tenía un corazón fuera de serie.

Bartali, salvador de judíos
Bartali, gran ciclista y mejor persona

El mejor ciclista de todos los tiempos se llamaba Gino Bartali, era italiano y pasará a la historia por causas que nadie sospechaba en el año 2000, cuando, a los 86 años de edad, la vida se llevó por delante a esta gran estrella del ciclismo transalpino, capaz de ganar, entre otros, tres Giros, dos Tours y cuatro Classicisimas.

Cuando, tantos años después, se sigue hablando de temas relacionados con la Segunda Guerra Mundial hasta el punto se ser trending topic en las redes sociales, la gesta de este hombre merece, cuanto menos, unas líneas. Es lo menos a la espera de esa superproducción que haga que hagan enrojecer al bueno de Schindler y al creador de Tiburón y Salvar al soldado Ryan.

Desde luego Spielberg tiene material para una buena película. La historia de un gran héroe que lo fue a lomos de una bicicleta. Y es que Gino Bartali se pasó dos años recorriendo caminos secretos de la Toscana con documentos falsos que sirvieron para salvar la vida de hasta 800 judíos en los oscuros años de la Segunda Guerra Mundial.

El ciclista italiano participó activamente en una red clandestina de resistentes que fabricaban documentos falsos para ayudar a los judíos a escapar de Italia entre 1943 y 1944. Bartali los escondía en los tubos de su bicicleta y se aprovechaba de su fama para esquivar las patrullas de vigilancia. Ya había ganado el Tour de 1938 y un par de Giros, así que a ver quién era el guapo que le paraba. Era toda una figura nacional y lo sabía, lo cual no le quita mérito ni mucho menos gallardía en unos años en que, recordemos las películas en color y en blanco y negro, la Gestapo vagaba a sus anchas por Europa.

La misión de Bartali era llevar a las tipografías clandestinas las fotos y los papeles para fabricar los documentos de identidad falsos. Llegaba al convento, recogía el material, lo escondía en los tubos de la bicicleta y se volvía a marchar. Otras veces, cuentan quienes desvelaron su historia, servía de guía indicando a los fugitivos los caminos más seguros para llegar a un determinado lugar.

Y lo más alucinante de todo es que Gino Bartali nunca le contó a nadie su historia. Ni siquiera a su hijo. Y mucho menos cuando fue interrogado en Villa Triste de Florencia, lugar ocupado por el SD alemán y por la sádica RSS italiana bajo el comando de Mario Carità, que ejecutó y torturó a cientos de opositores políticos. Al ser cuestionado sobre la caridad que estaba haciendo y ante las recomendaciones de que disminuyera su celo católico (la policía sabía que iba de convento en convento), Bartali simplemente contestó: “yo hago lo que yo siento en mi corazón.”

Suerte que era un corazón enorme.

 

 

 

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