Por Techo Díaz.- El Mont Ventoux no es tan alto. 1.912 metros de altura es una distancia considerable desde el suelo, pero no es eso lo que impresiona. Lo que atenaza los músculos de cualquier superhéroe que intente subirlo en bicicleta es la falta de vegetación. Lo que asusta, en verdad, es encontrarte “el desierto en cuesta”, un “sahara de las montañas” en medio de la Provenza.

Al Mont Ventoux le han comparado, entre otras cosas, con la calva de Marco Pantani (vencedor allí en al año 2000) por la ausencia de vegetación; y no en vano hay quien también le llama Mont Chauve o Monte Calvo en vez de su original nombre, que significa Monte Ventoso. Dicen quienes más lo conocen que es posible pasar del África Subsahariana a Groenlandia en cuestión de segundos y que las hipotermias están a la orden del día en una montaña que es visible desde más de 100 kilómetros a la redonda.

mont ventoux

 

Y es que aunque el Mont Ventoux haya pasado la historia por la trágica muerte del inglés Tom Simpson en 1967, muchas más han podido ser las vidas que se podía haber cobrado esta montaña, a la que el filósofo francés Roland Barthes describió como “el Dios del Mal” y acusó de “pedir sacrificios”. “Es un auténtico Moloch, un déspota del ciclismo, no perdona al débil y se cobra un injusto tributo de sufrimiento”, añadió.

En 1955, el campeón suizo Ferdi Kübler, que había sido segundo en el Tour un año antes, estuvo a punto de perder la cabeza en esa montaña. Aunque se lo habían advertido, subestimó la crueldad de la montaña maldita. Cuando paró en Le Pontet, aún muy lejos de la cima, para tomar una cerveza (entonces se hacían esas cosas) es más que probable que la mezclase con muchas otras sustancias de peor digestión. No en vano, en aquellos tiempos había barra libre de anfetas y muy poca cabeza a la hora de tomarlas, algo que pudo haberle pasado grave factura al ciclista suizo.

ferdi kubler

Cuentan que cuando Kübler logró subir y después bajar el Mont Ventoux (la meta estaba en Aviñon) lo encontraron en estado de delirio. En Malaucène, a pie de puerto, un espectador intentaba convencerle para que tomase la dirección adecuada, ya que pretendía irse por otro camino. “Quítate de en medio, déjame, Ferdi se está volviendo loco, ¡Ferdi va a explotar!”, deliraba.

Peor fue el caso del corredor bretón Jean Majéllac, que ese mismo año fue tambaleándose de un lado a otro de la carretera en un zigzag frenético hasta que cayó finalmente en la cuneta. El médico del Tour le salvó de morir, pero ese mismo día abandonó la carrera.

Cuando doce años más tarde, la carrera volvió al Mont Ventoux, ese mismo médico, Pierre Dumas, se lo advirtió a un periodista de L’Equipe antes de tomar la salida. “Hoy va a hacer un calor horrible. Si los chicos se drogan corremos el riesgo de encontrarnos con una muerte entre manos”. Ese mismo día falleció el inglés Tom Simpson, a sólo dos kilómetros de la cima del Mont Ventoux, la montaña maldita.

 

 

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