Por Techo Díaz.- Hace muchos años conocí a una chica y estuvimos hablando durante horas. Tantas, que al final sucedió lo inevitable. Terminamos hablando de ciclismo.

Tenía muchas tardes de Tour a sus espaldas. Tardes, míticas tardes de verano, de cuando el Tour lo echaban en la 1 y quedabas con los colegas justo cuando acabase la etapa. Tardes de esas que te hacían sentir que el verano, cuando aún duraba tres meses, no había hecho sino empezar.

Así que hablamos de Perico, de Indurain y de Pantani. Y de Ulrich, y en mucha menor medida de Armstrong. Pero ninguno de estos era su corredor favorito. Tampoco el Chaba, ni Olano, ni su paisano Roberto Heras. Su ciclista favorito, odiado por casi todos en España, era Richard Virenque.

En aquellos tours de los 90, Virenque, siete veces campeón de la montaña, andaba siempre escapado. Bastante amiguete del Tío del Mazo, solía coger una pájara los primeros días de la carrera y entonces, ya libre de marcaje, le dejaban corretear por los Alpes o los Pirineos ganando etapas reinas o acumulando puntos para el jersey a lunares.

Tanto era así que, en ocasiones, al encender la tele su madre y no encontrarse ella presente, la llamaba a gritos para que acudiese a ver a su corredor favorito en la televisión: “Corre, que esta Teté, el de la camisa a lunares”.

Y es que era tan común ver a Virenque escapado con el consabido rótulo de Téte de la Course que era normal que más de uno confundiese su verdadero nombre con el de Teté, apelativo que por otra parte le hubiera venido al pelo en esos años.

Lo cierto es que Virenque, la última gran estrella del ciclismo francés, se hacía querer dentro y fuera de las fronteras galas, aunque mucho más allí dentro. Muchos -como Thomas Voeckler– han tratado de imitarle sin éxito, y es que a las largas escapadas alpinas el africano (había nacido en Casablanca 16 años antes que Froome) sumaba una serie de gesticulaciones a cámara que a nadie dejaban indiferente. Era, eso hay que reconocérselo, un estilo muy diferente al de nuestro gran campeón, el indiscutible rey de las carreteras, el gran Miguel Indurain.

Y lo cierto es que muchos años después su carisma sigue intacto. Tanto, que acaba de protagonizar un caso insólito en la historia de la publicidad. La compañía Festina, a la que supuestamente tanto dañó por el escándalo de dopaje, acaba de contratarle como nuevo rostro publicitario de la compañía e imagen de la marca.

Virenque corría en el equipo Festina en el tristemente célebre Tour de 1998, un episodio que ahora el Senado galo trata de rescatar del olvido para desacreditar aún más una prueba –el Tour- en la que no gana ningún francés desde 1985 y que, sin embargo, es casi más famosa que su propio país.

En aquel año, un coche cargado con productos dopantes del equipo Festina fue detenido y la formación fue inmediatamente expulsada de la carrera. La principal estrella de aquel equipo se llamaba Richard Virenque y fue condenado a dos años de inhabilitación. La imagen de la marca, dijeron, había quedado por los suelos y muchas empresas dejaron de invertir en ciclismo ante el temor de verse envueltas en escándalos semejantes.

15 años después, y con el mismo tema ocupando portadas que se le niegan a la propia competición, Festina da una vuelta de tuerca y sorprende a todos contratando nada más y nada menos que al máximo protagonista de la… ¿caída de su imagen?

Claro que, se me ocurre pensar, quizás no fuese tal la debacle. Hay mitos que no se pueden tirar tan fácilmente; y uno de ellos es ver correr a un buen ciclista. Virenque era uno de ellos, historia viva de un deporte al que, aunque muchos se empeñen, no va a ser fácil destruir.

Festina ha sido valiente, muy valiente. Pero tampoco creo que sean idiotas. Habrán hecho sus cálculos, y sus encuestas, y sus focus group, y todas esas historias que se ponen en marcha a la hora de hacer una campaña. Y parece que les sale que sí. Que vale la pena apostar por Virenque, que vale la pena apostar por el ciclismo. No les falta razón. Ojalá muchos sigan el ejemplo.

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