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Ordino, Envalira y los valles salvajes del infierno

Por Techo Díaz.- “A la derecha Francia, a la izquierda Andorra y allá al frente España”. Así, aunque sin bajel pirata al que llamar, dicen que se siente el ciclista que consigue coronar la cima de Ordino Arcalís, que esta vez no se sube en la Vuelta. Andorra sí tendremos, por suerte, dispuesta a escribir una vez más una estampa gloriosa de este deporte de sufridores que ha tenido a bien llamarse ciclismo.

Nunca un país tan pequeño dio tanto a un deporte. Andorra no es sólo montañas, valles y leyenda. Es historia viva de dos de las más grandes carreras que celebra el ciclismo: el Tour de Francia y la Vuelta Ciclista a España. En este país se ha escrito, por ejemplo, la subida más potente que jamás se haya realizado en la historia del ciclismo. La hizo Jan Ullrich en 1997, al subir Arcalís con una potencia media de salida de 497 vatios.

Para algunos, como el preparador físico del Festina Antoine Vayer, aquello constituyó el culmen de los excesos del ciclismo farmacéutico. “Fue el cénit de la era EPO, el momento Ben Johnson del ciclismo. Se pueden establecer comparaciones ilustrativas entre las carreras de 100 metros y las etapas de montaña en el Tour. Si hablamos de vatios, 450 o más a lo largo de más de media hora equivale a correr los 100 metros en nueve segundos”, afirmó Vayer.

Dejando atrás los sórdidos asuntos de dopaje, lo cierto es que la potencia de los grandes ciclistas es comparable y en ocasiones superior a la de los grandes atletas. Lo cierto es que el récord del mundo de Usain Bolt (por lo demás, mucho más majete que Jan Ullrich) sigue aún en 9,58″ lo que significa que el Jan Ullrich de 1997 hubiera batido aún hoy al insuperable Usain Bolt de 2013.

Drogas aparte, la irrupción de Jan Ullrich en el ciclismo, con Andorra como testigo, fue tan fulminante que el propio Bernard Hinault llegó a afirmar que ganaría los tours de los próximos 10 años. No ganó ninguno, pero probablemente la historia del ciclismo no habrá visto bestia igual sobre la bicicleta que aquel joven alemán (mejor aún en su debut que el aclamado Nairo Quintana) de los años 96 y 97.

Y aunque la Vuelta no pasará en 2013 por la cima que también vio como Alberto Contador le robaba a Lance Armstrong sus sueños de inmortalidad en 2010, sí lo hará por otra aún más mítica: el paso de Envalira. En 1964 tuvo lugar en sus rampas una de las etapas más míticas de la historia de este deporte. El argumento parece sacado de una película. Por aquel entonces, la prensa francesa concedía espacio al vidente Belline, una especie de antecesor del Pulpo Paul, aunque no está probado su parentesco.

El caso es que Belline, que ya había anticipado la muerte del presidente Kennedy, aseguró que el 6 de julio de 1964 iba a morir la gran estrella del ciclismo mundial, el francés Jacques Anquetil. Era justo el día que se subían los 2.408 metros del paso de Envalira. Anquetil era supersticioso, y creyó firmemente en su muerte. Por ello, dicen las crónicas, el día anterior, jornada de descanso en el Tour, se pilló una borrachera de órdago.

Con todo ello, al día siguiente salió a pedalear. El Tour estaba en juego. Comenzó mal la jornada. Los ataques de Jiménez y Bahamontes no se hicieron esperar y Raymond Poulidor, el eterno segundón, empezó a especular con una posible victoria en la Grande Boucle. Pero Anquetil era mucho Anquetil. Sacó uno de esos preparados de champán, whisky y tal vez anfetaminas que siempre llevaba consigo (y mostraba abiertamente) y empezó a recuperar posiciones.

Aquel Tour volvió a ser suyo, pero en las rampas de Envalira confesó que había sentido el rumor de la muerte acercándose hacia él. “Estaba asfixiándome, no podía respirar”, aseguró. No era para menos. Por algo Luis el Piadoso definió a Andorra como “los valles salvajes del infierno”.

 

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