Por un Señor de Toledo.- Tengo que reconocer que siempre me fascinó el ciclismo en blanco y negro. No viví en aquella época, sólo lo conozco a través de algunos vídeos muy breves y esas imágenes, muchas veces ajadas, que parecen sacadas del cofrecito de los recuerdos de nuestro abuelo, pero siempre han despertado en mí un interés muy particular, y cada vez que tengo ocasión, aprovecho para desempolvar alguna de las historias de antaño. Repasando imágenes de las que os estoy hablando, me encontré con un ciclista muy conocido y reconocido. Un ciclista que se elevó a la categoría de mito, donde seguirá por mucho tiempo.
Se llamaba Fausto Coppi. Un hombre, una memoria y una figura que dan nombre a la cima más alta que se asciende en cada edición del Giro de Italia, la Cima Coppi. Fausto es entre los grandes, uno de los mayores. Sus victorias ya están en los anales del ciclismo, pero lo que no es tan conocido es que la gran carrera que fue vida ciclista italiano. Bien podría ser una gran novela, o una gran película, por qué no… Además, como en toda epopeya que se precie, su muerte tiene aún algunas incógnitas.
A día de hoy, 54 años después de que expirara, el 2 de enero de 1960, todavía muchos intentan dar forma y unir todos los cabos de su vida. En esa fecha, un multitudinario entierro anunciaba al mundo entero que había muerto un gran ciclista, pero también, que había nacido un mito.
Oficialmente, la muerte del Campionissimo, como era apodado en su Italia natal, fue a causa de la malaria contraída en un viaje a Alto Volta (actual Burkina Faso). Eso oficialmente, porque la sombra de la duda siempre ha rodeado este hecho, y lo sigue haciendo. Uno de los últimos testimonios, el de Mino Caudullo, un antiguo dirigente del CONI, dice que Coppi no murió por malaria, según consta en su partida de defunción, sino por un misterioso veneno que le suministraron en África.
Fausto Coppi, il Campionissimo nacido el 15 de septiembre de 1919 en Castellania, fue pentacampeón del Giro de Italia, en 1949 se proclamó campeón de la ronda italiana y del Tour de Francia, convirtiéndose en el primero de los pocos corredores de la historia en conseguirlo. En toda su vida ciclista ganó 122 carreras, tuvo la maglia rosa 31 días y el maillot amarillo del Tour, 19. Un palmarés incontestable, escrito con letras doradas y forjado a base de pedal y esfuerzo. A Coppi, seguramente, le hizo mucho más grande su gran rival, su antítesis, el otro hombre que dividía a los amantes del ciclismo en copistas o bartalistas. Efectivamente, hablamos de Gino Bartali. El uno sin el otro, no serían lo mismo; estoy seguro. Su rivalidad les hizo más grandes a ambos. Hay una foto mítica, del Tour de Francia del 52, que finalmente ganó Coppi, en la que los grandes rivales y personajes antagónicos en casi todo, comparten una botella de agua en las rampas del Galibier. Rivales sí, caballeros y también.
En 1942, el joven Coppi bate el record de la hora, pero la gran guerra, de la que nadie podía ser ajeno en la vieja Europa, parte su carrera ascendente. Fausto es enviado a Africa para luchar contra los ingleses, con la infantería de la Divisione Ravenna y 1943 fue hecho prisionero por los británicos en Túnez. De esta época oscura poco, o más bien nada se sabe, tan solo que recibió el mismo trato que los demás prisioneros y que cogió unas fiebres malignas que le debilitaron enormemente. Fausto era un soldado más. El gran campeón tuvo que cambiar su bicicleta por el fusil y entregarse al infortunio y la barbarie que asoló a la humanidad.
Es ya en 1945, finalizando el conflicto bélico cuando Coppi es liberado de su cautiverio y vuelve a Italia, para realizar al año siguiente otra gran gesta; su victoria en la Milán-San Remo. Su país estaba desolado por las profundas cicatrices de guerra y las carreras ciclistas eran una manera espléndida de ayudar a la gente a olvidar el horror y las penurias.
En 1954 gana una de sus últimas grandes carreras, el Giro de Lombardía. En el 1959 con algunos ciclistas franceses participa en una carrera y en una sesión de caza en el Alto Volta, y allí es infectado por la malaria. La diagnosis de la enfermedad fue hecha con retraso y la enfermedad misma fue curada mal, como apuntan las fuentes oficiales que no pocos se lanzan a cuestionar, y así Fausto murió con tan solo 40 años.
Fausto expiraba el día 2 de enero de 1960 en lo que fue un escándalo nacional. El Ministerio de Sanidad abrió un expediente, resultando tras los análisis de sangre que la malaria había sido la causa de la muerte. Toda Italia lloró a su campeón y a su entierro acudieron todos los grandes ciclistas con lo que había pedaleado: Bartali, Bobet, Kubler, entre otros. Las crónicas y las imágenes de aquellos tiempos rezan que fueron trescientos metros de coronas floreadas los que precedían a la muchedumbre que acompañaba al féretro, dando así su último adiós al campeonísimo.