Por El Hombre de los Manguitos.- Cuando Hernán Cortés llegó a América su expedición se tropezó con la cultura azteca. El recibimiento fue bastante cordial ya que, según su propia religión, vendrían desde el Este los enviados de Quetzalcohal, el Dios al que Huitzilopotchi había desterrado hacía muchos, muchos años.

azteca biciLos aztecas veían, por supuesto, a los españoles como una suerte de dioses que habían venido a liberar a su pueblo de todas las desgracias y, entre otras cosas, veían la divinidad de aquellos seres en que eran capaces de montar en sus caballos, llegando a tener la creencia de que el hombre montado en su caballo era invulnerable.

Poco a poco se fue destapando el pastel y ni los españoles eran los hijos de Quetzalcohal, ni habían venido a liberar a nadie… pero si era cierto el hecho de que en combate un hombre montado a caballo era más poderoso que un solo hombre a pie y, si querían hacerlo más vulnerable y vencerlo, tenían que desmontar al hombre del caballo.

Algo parecido pasa con los ciclistas. No hablo de los ciclistas profesionales que compiten entre ellos por llegar antes a la meta. Tampoco hablo de los ciclistas que entrenan para superar sus propios límites y para encontrarse mejor físicamente… No, me refiero a los ciclistas del día a día. Esos ciclistas que se acostumbran a ir a todos lados montados en bicicleta.

No, no estoy diciendo que este grupo de gente que ha hecho de la bicicleta su medio de transporte cotidiano sean invulnerables ni que sean Dioses venidos desde el Este… Pero lo que si digo es que cuando estas personas que han llegado casi a depender de la bicicleta para moverse en sus quehaceres diarios cuando, por alguna razón, pierden su bicicleta se sienten completamente desvalidos ante el mundo.

La bicicleta es, para este grupo de ciclistas, fundamental. Es un símbolo de su libertad frente a los horarios de los trenes y de los autobuses, es un soplo de aire fresco frente a las aglomeraciones del metro, es la seguridad de saber que de aquí a allí tardaré 20 minutos en llegar sin depender de que el autobús llegue con mayor o menor prontitud o de que encuentre rápido un sitio donde aparcar el coche.

Este sentimiento de desesperación creo que viene muy bien expresado en una canción con la que me tropecé casi por casualidad. Esa canción es “Tranqui tronqui” de Sergio Makaroff. De hecho, el principio de la letra no puede ser más elocuente: “Me han robado la Mountain Bike, fue un yonqui de la Plaza Real […]Si lo pillo lo machaco, lo poco que tenga se lo saco, le coloco un par de mecos, no me importa si lo dejo seco…”

Y es que la frustración que te invade cuando e ocurre este tipo de desgracias te puede llevar incluso a tener instintos homicidas… Sin embargo, la canción avanza, el protagonista asume su pérdida hasta que se queda un poco bajo de moral, algo depresivo. Acude a un cumpleaños sin mucho ánimo y, apesadumbrado por haber perdido su querida bicicleta, le cuenta el problema a sus amigos y éstos, conscientes de la dureza que le supone perder su bicicleta, en seguida se apresuran a prestarles las suyas.

La canción acaba bien, hasta el punto de que el protagonista acaba con dos bicicletas en lugar de una y con la alegría de saber que siempre puede contar con sus amigos para poder pedir prestada su bicicleta.

Esta parte de la canción me hizo pensar, ya que, siempre he sido de la opinión de que la bicicleta de uno es como la pistola para Torrente, que no la puede tocar cualquiera.

Sin embargo, siendo este un blog de amigos para amigos del ciclismo creo que si algún día Techo Díaz, Un señor de Toledo o el Aguador se sintieran invulnerables como un soldado español del siglo XVI tras haber perdido su caballo porque se han quedado sin bicicleta, no dudaría en prestarles la mía si pudiera prestársela…

Bueno, al Aguador no, que se busque la vida…

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