Tour de Flandes subida
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El Koppenberg, la pequeña montaña más grande del mundo

Por Techo Díaz.- El Koppenberg tiene sólo 78 metros de altura. Y sin embargo es una de las montañas más grandes del mundo. Esta diminuta cima ha marcado la suerte de muchas ediciones del Tour de Flandes, una de las cinco clásicas más prestigiosas del mundo y ha hecho descabalgar a más de uno de su bicicleta, obligando a subir a pie, como si de una prueba de mountain bike se tratase, a las más potentes estrellas del pelotón.

El mismísimo Eddy Merckx tuvo que echar el pie a tierra cuando el Koppenberg se subió por primera vez en 1976. Lo que no había conseguido ni el Aubisque ni el Tourmalet ni el legendario Alpe d’Huez lo consiguió un estrecho empedrado belga de 65 metros de desnivel. En realidad, su dificultad no estriba tanto en la dureza (un desnivel medio de 10,8% con rampas del 22%) como en la estrechez de la carretera y la peligrosidad del pavés.

El Koppenberg ha estado cuestionado desde sus inicios, y sin embargo se ha convertido en la más famosa de las carreteras belgas. Ver a los ciclistas profesionales bajándose de sus bicicletas en una carretera no es habitual y las rampas más duras de esta cota lo consiguen año tras año.

Y es que el Tour de Flandes es una prueba durísima. Alterna muros con empedrados a lo largo de 258 kilómetros de longitud y si a eso le sumas una climatología que en primavera puede ser terrorífica, estamos ante una carrera de otra época, a la que muchos corredores no quieren ni acercarse. En 1985, una de las ediciones más duras de la historia, sólo 24 valientes consiguieron acabar la carrera en la que, bajo una lluvia constante y un frío infernal, Eric Vanderaerden consiguió el mejor triunfo de su carrera. Pero imágenes como esas, aunque durísimas para los corredores, son las que quedan grabadas para siempre en la retina de los aficionados y convierten en héroes a esos salvajes que son capaces de agotar 7 horas de carrera a un ritmo infernal, alternando muros y piedras, bajo la lluvia y el frío belga de principios de abril.

¿Qué tiene el Koppenberg para ser tan especial? El Angliru o el Mortirolo son muchos más duros, y no es habitual que los ciclistas se bajen de la bici. ¿Qué hizo el que mismísimo Eddy Merckx se apease de la bicicleta?

Varios son los factores que hacen del muro un hito decisivo para definir la carrera. Se trata de una carretera estrecha a las que todos quieren llegar en primer lugar. Por lo general, los primeros en afrontar las rampas del Koppenberg las suben sin dificultad, pero no ocurre así entre los que van situados a cola o en medio del pelotón. Con unas rampas del 22% sobre empedrado es fácil que algún ciclista eche el pie a tierra, y si lo hace, el que va inmediatamente detrás tiene también que hacerlo y así sucesivamente. Lo cierto es que la longitud de la cima es tan corta (apenas 600 metros) que se puede subir andando hasta el final con la bicicleta a cuestas, lo que resulta muchas veces una opción más rápida que volverse a subir en medio de la rampa, con todo el pelotón alrededor.

Sin embargo, esos segundos pueden ser definitivos para perder la carrera. El Tour de Flandes es una carrera muy seria, y los que coronan delante no se paran a esperar a los que desmontan. El público flamenco -para quien esta carrera es tan importante que no se suspendió ni durante los años de la Segunda Guerra Mundial- no se lo perdonaría, ya que ahí radica parte del espectáculo. De ahí que muchos corredores, en especial los años de frío y lluvia, abandonen la carrera directamente en las rampas del Koppenberg, conscientes de tener sólo por delante unos 80 kilómetros más de sufrimiento y nulas posibilidades de victoria. El Koppenberg, con sus 78 metros de altura, ha provocado más retiradas que todas las cumbres alpinas a lo largo de su historia. Un buen logro para una montaña tan pequeña.

Por cierto, a pesar de la fama de Alatriste y sus compañeros, hasta 2015 jamás español alguno ha sido capaz de poner una pica en Flandes. Ni como primero, ni como segundo. Solo un tercer puesto de Flecha en 2008 en casi 100 ediciones. Nuestro palmarés en esa prueba es aún peor que en la Paris-Roubaix, donde el mismo Flecha firmó grandes actuaciones. Lo cierto es que ni siquiera suscita gran interés en nuestras fronteras, donde, quizás por un justificado temor al pavés, las grandes estrellas patrias han rehusado competir año tras año. Tampoco será este año, probablemente, el de la victoria, aunque nunca se sabe. Lo que si se puede convertir es en una ocasión para acercarnos al más desconocido de los 5 Monumentos, donde la montaña pequeña más grande del mundo marca su ley y la carretera -y el empedrado- distingue a los hombres de los niños. Una carrera épica para disfrutar del ciclismo más arcaico, bello y estremecedor: el de las grandes clásicas belgas de belleza incomparable.

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