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¿Son necesarias las últimas jornadas de las grandes vueltas?

Por Techo Díaz.- Ayer vivimos un etapón. Uno de los que pasará a la historia del ciclismo y de la Vuelta, y que consagrará a la Sierra de Guadarrrama como un lugar donde, si realmente crees en ellos, los milagros son posibles.

Hoy no viviremos nada de eso. Con suerte un sprint de los que hasta los más aficionados a la montaña hemos echado de menos en La Vuelta o un loco intento a lo Vinokourov a escasos kilómetros de Cibeles. Un calco de lo que se viene haciendo en París o en Milán desde hace tropecientos años. Pero… ¿realmente son necesarias las últimas jornadas de las Grandes Vueltas?

La respuesta no es fácil. Hay detractores y defensores de este tipo de finales, y nosotros mismos éramos incapaces de ponernos de acuerdo ayer, en el camino de vuelta a Madrid, tras vivir una maravillosa jornada de ciclismo entre El Escorial y Cercedilla. En lo que sí estamos de acuerdo es de que se trata, cuanto menos, de un tema a debatir.

La jornada-homenaje al ganador de la Vuelta es un premio para los ciclistas. Para todos, porque sólo acabar una carrera de tres semanas es un logro no siempre reconocido. Es un premio para Fabio Aru, pero también para Boy Van Poppel, último en la general a 4 horas y 57 minutos del italiano. Lo es incluso para el hombre más triste del pelotón, el holandés Tom Dumoulin, aunque no tenga el chichi para farolillos. Lo es para Movistar, ganador de la clasificación por equipos; para Omar Fraile, Rey de la Montaña; para Purito Rodríguez, que se puede llevar dos maillots (la regularidad aún no está decidida); y para todos los ciclistas del pelotón, algunos porque se van satisfechos con la gran vuelta realizada y otros porque se van contentos de que la vuelta haya terminado.

De las ganas por terminar no tenemos ninguna duda. Bastaba echar un vistazo ayer a las caras de los corredores antes del control de firmas de El Escorial. Apostados en la cuesta que conduce al monasterio vimos pasar a todo el pelotón, algunos con muchos dientes en el piñón grande. A los que podían entender la broma, les saludamos con el mazo y les deseamos suerte para esquivarlo. Hubo unanimidad de opiniones. David Arroyo nos dijo que no quería saber nada de él y Dani Moreno, entre risas, que le mandásemos a tomar por culo. Y es que, aunque ayer viésemos un etapón con exhibición de Rubén Plaza y Fabio Aru las fuerzas están muy justas en el final de una gran ronda. Por eso, y también porque es una tradición y el ciclismo vive y debe vivir de ellas, la última jornada tiene razón de ser. Un merecido premio a los forzados de la carretera.

Ahora bien, este tipo de jornadas también tienen sus detractores, y no exentos de razones. Si tan criticado fue el inicio de la Vuelta 2015 porque los tiempos de la crono no contaban para la general, ¿no ocurre hoy exactamente lo mismo?. De manera oficiosa, vale, pero viene a ser lo mismo. Entre los muchos códigos éticos que ha violado el ser humano no se cuenta el de luchar por la general en una jornada de homenaje. La jornada de hoy es un premio muy bonito para los ciclistas, pero resulta un coñazo para el aficionado.

Además, y esto sí es grave para el espectáculo, se corre en domingo. El Tour se corre en verano y es diferente, pero tanto la Vuelta como el Giro se disputan en horarios laborales y mucha gente no puede ver etapones como el de Andorra porque caen en miércoles. El domingo, día televisivo y deportivo por excelencia, retransmiten una carrera que no le interesa a nadie. Bastante duro es competir con otros deportes (y películas, series o reposiciones de Madrileños por el Mundo) como para regalar un día de prime time. El ciclismo es un deporte y debe ser humano, pero si queremos que sobreviva tiene que ser un espectáculo que atraiga espectadores y patrocinadores. No debemos perder nunca de vista ese enfoque.

El paseo por las calles de París, Milán o Madrid tiene mucho de paseo militar a lo romano. Cualquier que haya leído Africanus, el libro de Santiago Poseguillo, sabrá de lo que hablo. Cuando un general, como Publio Cornelio Escipión, conseguía un gran triunfo en las Galias o en Hispania, el Senado le organizaba un gran paseo triunfal por las calles de Roma, en las que desfilaba exhibiendo sus tropas, los botines de guerra y los enemigos capturados. El pueblo se arremolinaba en las calles para saludar y admirar a los autores de las gestas que hacían crecer el imperio.

Los tiempos han cambiado y los corredores del Astana no llevarán enjaulado a Dumoulin, pero sí que disputarán una cicloturista para sentir el apoyo del público. A buen seguro que los madrileños se hincharán a aplaudir, pero, doy fe de ello, ayer también lo hicieron en las calles de Cercedilla y en las cunetas de la Morcuera, y a buen seguro le han venido haciendo, con pintorescas excepciones como Ambrossini, a lo largo y ancho de la geografía española. La pregunta es… ¿es necesario, aquí y en Francia, una jornada intrascendente para concluir el que ha sido un gran espectáculo popular desde el principio?

El debate queda abierto. Se admiten, por supuesto, interpretaciones de todo tipo.

 

 

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