Por Techo Díaz.- Once días. Llegamos a la jornada de descanso de la Vuelta y los organizadores están dando palmas con las orejas. Esas mismas orejas que han tenido gachas por el lamentable “bolardogate” y por las repetitivas e insistentes críticas del tuiterío a los perfiles monopuerto. Todo ello se olvidó ayer cuando volvimos a ver una etapa en Lagos de Covadonga para inscribir en los libros de ciclismo. Que es lo mínimo que se merece la más famosa cima de la ronda española.

El duelo que no vimos en el Tour pudimos verlo en una de las montañas más bellas del ciclismo mundial, la misma que, siempre hablando en términos estéticos, saca los colores al Mont Ventoux, al Angliru y a tantas otras cimas, más pobres en vegetación y encanto. Pero para enamorar no basta con ser guapo, hace falta ser duro y además que pasen cosas.

Todo eso se dió ayer en una etapa en la que la organización decidió poner antes el Alto del Mirador del Fito, un primera que ya fue castigando las piernas, y donde pudimos ver, ya en la subida final, como Quintana, Contador y Froome, cada uno a su manera y con distinta suerte, intentaban dejar su sello en la mítica cumbre asturiana.

Al final solo uno lo hizo, el nuevo maillot rojo de la carrera, que ya ha atacado más veces en esta Vuelta que en lo que llevamos de Tour. Hablamos del colombiano Nairo Quintana, principal favorito ahora para ganar la ronda española y quizás el hombre más fuerte del momento.

Todo parece indicar que al de Boyacá puede hacerse con su segunda gran ronda por etapas, pero ése no es el único reto que debe solventar en los próximos once días. Además de ganar a un Froome que no renunciará a la victoria ni en la mismísima Castellana y mantener a raya a Chaves y Contador, Nairo tiene una deuda pendiente con al afición española y mundial: tiene que ganarse sus corazones.

Fuera de su Colombia natal -donde recibe trato de semidios- podemos afirmar que el ciclista de Movistar no es ahora el más popular de la clase. Probablemente de manera injusta, como todo lo que pasa en deporte, pero estamos hablando de pasiones, y en este terreno la justicia vale menos (o igual) que en la vida real. La gente no perdona a Nairo que no atacase en el pasado Tour de Francia, y que lo hiciese solo una vez en el Tour de 2015.

Han pasado muchos años desde que ya no están aquí, pero aún es posible encontrar pintadas en la carretera evocando el nombre del Chava. De Pantani hay hasta películas y, durante mucho tiempo, la gente prefirió en España el ciclismo de Perico al de Indurain. Por mucho que su palmarés no acompañe, el ciclismo de ataque es el que enamora. Y el que la gente espera de un escalador como Nairo Quintana. Un escalador que, además, cuando está bien no tiene rival.

Ayer Quintana empezó a ganar la Vuelta. Y sin embargo, en las redes, en los bares y en las tertulias sólo se hablaba de la superremontada de Froome. Y probablemente no sea para tanto. Perdió 25 segundos con Nairo y solo le sacó 3 a Valverde, que viene de Giro y Tour. No hizo la mejor subida de su vida, valga la paranomasia, pero se volvió a ganar el corazón de los aficionados.

Y eso que tampoco España ha sido siempre campo de frumistas. Aquí se ha sido más de Quintana por aquello de ser colombiano y correr en el Movistar, pero hace tiempo que la corriente se invirtió. El descenso que hizo en el Tour, las series de trail running subiendo el Ventoux, su amor confeso por La Vuelta y, sobre todo, su forma de no rendirse nunca han calado en el aficionado medio español.

Hoy casi todos somos frumistas. Pero nuestro amor es frugal y libre como el viento. Nairo tiene una ocasión de oro para conquistar nuestros corazones, que valen -debería saberlo- más que el rojo de Madrid. Atacando, y luchando, muchos volverán a ser suyos.

Qué gane el mejor, qué gane quien sea, pero que no se acabe nunca el ciclismo y veamos muchas más etapas como la de ayer. Queremos muchos duelos de verdad en los próximos años.

Froome lagos de Covadonga 2016

 

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