Por un Señor de Toledo.- Repasando el ciclismo que ya es historia y más concretamente, la historia que ya es mito, hemos recalado en 1980, en el 20 de abril de ese año; un día de perros, una jornada de esas que para estar sobre la bicicleta hace falta mucho valor y aún más determinación.
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En esa fecha, por tierras belgas se disputaba una de las carreras más importantes y con más tradición del mundo del ciclismo, la Lieja-Bastoña-Lieja. La ‘clásica’ más clásica de las clásicas y la más antigua, uno de los cinco ‘monumentos’ del ciclismo. Un escenario incomparable para que el ciclismo coqueteara con la épica. Además, un francés llamado Bernard Hinault se empeñó en que los aficionados al ciclismo recordaran para siempre como mito este día. Para ser justos, para llevar a cabo esta tarea de hacer historia, Hunault tuvo la inestimable colaboración de otros 20 ciclistas, de 20 héroes que fueron los únicos de los 174 ciclistas que tomaron la salida aquel día en terminar la carrera.
Hinault, un corredor que no era un especialista precisamente en las clásicas y al que el frío y las condiciones de estas pruebas de un día no terminaban de agradar sobremanera, daría un auténtica exhibición de pundonor, lucha y respeto por este deporte en la prueba más dura que se recuerda de una competición con más de 100 años de historia. Ese día, la Decana de las clásicas pasó a los anales de la historia del ciclismo. La tormenta, la nieve, el viento y unas terribles condiciones climatológicas pusieron en peligro la integridad física de los calientes que osaron terminar la prueba. Hinault fue el ganador de aquella carrera, pero 21 salieron vencedores del infierno de las Ardenas.
El ‘tejón’como era apodado el bravo corredor francés, uno de los más grandes de la historia, sufría con la nieve y el frío, no eran unas condiciones en las que él destacara. Después de la carrera confesó que pensó en el abandono, porque enfermar ese día, podía comprometer su participación en Giro de Italia. Cuando estaba a punto de bajarse de la bicicleta, vio a su compañero Maurice Guillox peleando por continuar en la carrera y ese detalle desató a la bestia; tocó su orgullo, y decidió que no era un buen día para rendirse.
Desde ese momento, comenzó a desafiarse sí mismo, ya no luchaba contra la nieve, contra la tempestad y el frío y contra los demás corredores, ya era una batalla de orgullo y de superación contra sus propios límites. Y por qué no, era un buen día para atacar e irse en solitario, era el momento perfecto para quedarse sólo a 80 km de meta. Esa línea de meta situada tras 244 kilómetros de un infierno helado y de tempestad.
Con el alma que sólo saben encontrar los más grandes, con ‘un par’ y con toda la raza y calidad de los mejores ya no miró para atrás, sólo había una opción, la línea de meta y entrar en solitario. Tras algo más de siete horas lo consiguió, llegó a la meta sólo, victorioso pero extenuado y con los dedos con síntomas de congelación severa, tanto que tardó varios días en recuperar la movilidad de los mismos.
A casi diez minutos entró el primero de los héroes, el holandés Henni Kuiper. El primero de los 20, porque delante entró un ciclista de otro planeta, entró uno de los más grandes rubricando una de esas etapas que, hoy, más de 30 años después, siguen poniendo el vello de punta y sobrecogiendo a quien lo escribe, y seguro que también a quien lo lee; porque amigos no lo olvidéis esto es C I C L I S M O.