Por Techo Díaz.- Hoy en día casi se da por hecho que la Vuelta Ciclista a España tiene que terminar en Madrid. Y es ciertamente lógico, si atendemos a criterios demográficos. Si a eso añadimos que los madrileños no tienen ninguna gran vuelta por etapas como la Volta, Itzulia, Andalucía o mismamente Burgos está más que justificado.
Además, estamos acostumbrados a que el Tour termine en París, y el Giro, salvo contadas excepciones, en Milán. Nos parece lo más normal del mundo. Y sin embargo, no siempre fue así. La Vuelta terminó durante muchos años en Bilbao, y otros tantos en San Sebastián.
Para los jóvenes que rozamos la cuarentena, la Vuelta siempre ha acabado en Madrid, salvo un par de ocasiones que acababa en Santiago, por aquello del año santo compostelano. Es como una tradición, tan sagrada como los Campos Elíseos en Francia. El podio de la Cibeles, con la Puerta de Alcalá al fondo, parece haber sido diseñado para descorchar champán, y las soporíferas vueltas a la Castellana un fin de fiesta tan irrenunciable como sus homónimas de París. Es un día pensado para los patrocinadores; en verdad, el precio que los aficionados debemos pagar si queremos que apoyen nuestra carrera. Un precio que, todo sea dicho, se paga con gusto si las otras 20 etapas son tan espectaculares como las de los últimos años.
Pero volvamos a la historia. En realidad, solo 6 ciudades aparte de Madrid han acogido el final de la Vuelta Ciclista a España. La primera experiencia fue en 1955. Antes, todas las ediciones tenían no solo llegada sino también salida en Madrid. Un Madrid-Madrid, copia directa de los primeros tours de francia en los que se daba, literalmente, la vuelta a Francia empezando y terminando en París.
Bilbao copió el modelo 3 años (salida y llegada en la ciudad vasca) y a partir de ahí ya empezaron a cambiar. La ciudad de salida y llegada de la Vuelta dejó de ser la misma y se empezaron a ver recorridos como Madrid-Bilbao, Barcelona-Bilbao, Gijón-Bilbao o Murcia-Bilbao. En total, la ciudad bilbaína acogió 13 veces la llegada de la Vuelta, todas en la década de los 50 y los 60.
San Sebastián, otra ciudad ciclista por excelencia, cogió el relevo en los años 70, siendo punto final de La Vuelta en 6 ocasiones. Por el camino, la «ciudad sorpresa» de esta particular crónica. Miranda de Ebro acogió la llegada de la Vuelta en 1977.
Las otras tres opciones son la ya citada Santiago de Compostela, en 1993 y 2014, Jerez de la Frontera, que fue el culmen de la ronda en 1986 y Salamanca, que hizo lo propio en el 85.