Por Techo DÃaz.- Voy a contar una historia que es totalmente cierta, y me ocurrió hace ya un buen puñado de años. Una tarde, puede ser de primavera, estaba montando en bici por un camino del levante mallorquÃn con cuatro amigos cuando de repente de ellos alzó el brazo y gritó: ¡¡¡un canguro!!!
TenÃamos en torno a catorce años. Demasiado pronto para las drogas (entonces se empezaba más tarde) y demasiado mayores para ensoñaciones infantiles. Era empÃricamente cierto. Un canguro, en completa libertad, estaba dando saltos por el campo de Mallorca. Y a lo lejos se veÃa otro. No tenÃan excesivo miedo, pero tampoco se acercaban mucho a los humanos. Estaban a su bola, como si siempre hubiesen sido parte del paisaje.
Alguno de mis amigos propuso cazarlo, pero desistimos. Llevarlo en la bici hubiera sido un engorro y ninguno tenÃamos jaula para canguros. Asà que continuamos nuestro camino. No existÃan los móviles y ni siquiera pudimos subirlo a YouTube, y la historia quedó como una anécdota más de las muchas que se cuentan con esa edad.
Aunque en este caso la gente nos creÃa. Y no solo porque fuese cierto, sino porque además, como supimos luego, tenÃa una explicación bastante razonable para la gente de la zona. El canguro en cuestión estaba pastando (o lo que sea que hagan los canguros) en una lengua de tierra conocida como Punta de n’Amer, situada entre las playas de Sa Coma y Cala Millor. Muy cerca del conocidÃsimo Safari Park, una institución de la zona que lleva entreteniendo a niños alemanes desde como poco mediados de los 80.
En aquella época, además, estaba cambiando de ubicación. De un lado de la carretera que lleva a la playa pasó al final de la misma, ya en la carretera que lo une con Portocristo. Y claro, algunos animales sintieron añoranza de los antiguos terrenos y escaparon, con la buena fortuna para ellos de toparse con gente como nosotros y la magistral suerte para nosotros de que no fuesen leones que se habÃan saltado el desayuno.
Pero eso no lo piensas cuando, de repente, un dÃa cono otro cualquiera, ves unos canguros cerca de tu bicicleta, sueltos, como la cosa más normal del mundo. Piensas que se te ha ido la mano con los corn-flakes o que te has llevado el bote sorpresa de Nescuik. O que te has vuelto rematadamente loco.
Asà que no quiero ni imaginarme cómo se debieron sentir hace unos dÃas los participantes de la Cape Pionner Trek cuando se cruzaron con una jirafa con las pulsaciones al 200 por ciento en medio de una carrera. Porque ojo, sin desmerecer a los canguros, una jirafa impone de verdad. Mirad su imponente tamaño al lado de un simple y mortal ciclista.
Y es que la jirafa en cuestión no se cruzó en el camino de los ciclistas, sino que se apuntó a la carrera. Se puede ver claramente en la foto: está galopando entre los ciclistas.
Según relata el Daily Mail, la entusiasta jirafa se coló en medio de la carrera, celebrada en Sudáfrica, y se picó con algunos de los participantes, además en un tramo en que la carrera venÃa lanzada, cuesta abajo, por suerte para los ciclistas. Y es que las jirafas, además de tener unas patas enormes (1,80 m. de alto), son unas excelentes velocistas. Alcanzan velocidades por encima de los 60 km/h, aunque no son grandes fondistas. Enseguida se cansan, lo que les imposibilita para disputar pruebas como el Tour de Francia.
Tiene que dar cierto miedo una jirafa. Viendo las imágenes, he recordado una cosa que aprendà de pequeño y que acabo de verificar en Google. Los tres golpes más fuertes que hay en el reino animal son el de la cola de la ballena, la coz de la jirafa y el zarpazo del león. Y es lógico, usan las coces precisamente para defenderse de los zarpazos de los leones. Asà que ni te quiero contar lo que pueden hacer con los ciclistas.
Por suerte, no pasó nada de nada. La jirafa querÃa divertirse, sin más, y todo se ha saldado con unas bonitas fotos y un plus de popularidad para la carrera. Asà da gusto. Jirafas y ciclistas unidos en una carrera popular. Llevándose bien, no hay como pedalear en compañÃa.