Por Techo Díaz.- Hoy nos ha dejado el ganador del Tour de 1956, el mismo que hasta hace unas horas ostentaba el título de ser la persona con vida que hace más años que ganó la ronda francesa. Su título lo hereda hoy, esperemos que por mucho tiempo, Federico Martín Bahamontes, el Águila de Toledo, hasta hace poquísimo organizador de la Vuelta a Toledo, y decano ahora de los triunfadores en la Grande Boucle.
Sin embargo, a muchos de los aficionados al deporte, el nombre de Roger Walkowiak no les dice absolutamente nada. Alejado de la gloria y de los focos, lejos del renombre de los Bobet, Pelissier, Anquetil, Kübler, Coppi o Bartali, su nombre apenas ocupa una línea en las grandes antologías del ciclismo. Salvo en la magistral Plomo en los Bolsillos, donde Ander Izagirre, traza con maestría la desdichada historia de un hombre que deseó no haber ganado nunca el Tour de Francia.
¿Cómo es esto posible?, se preguntarán los atribulados lectores. ¿No es acaso el sueño de cualquier ciclista?
Lo es, sin duda. Y también debió ser el sueño de Roger en su más tierna infancia. Hasta que lo logró y su victoria se transformó en un infierno. Porque Walkowiak no era ni de lejos el gran favorito para ganar el Tour del 56, y eso es algo que la prensa francesa -y por ende, la afición- le perdonaron nunca.
Walkowiak se coló en una escapada bidón en la octava etapa de aquel Tour de Francia, que debería haber ganado Charly Gaul, o Geminiani o el mismo Bahamontes. Al día siguiente lo hizo en otra. Llegó a acumular 30 minutos de ventaja, y el francés, por el que nadie daba un cuarto de franco, logró resistir, con piernas, astucia y la moral que da el amarillo, toda esa ventaja para entrar triunfal en París. Fue el principio y el fin de su carrera.
Porque Roger, que era de Montluçon aunque su apellido parezca polaco, no había ganado nada antes, ni lo ganó después. 2 etapas en la Vuelta a España y una en el Tour de l’Ouest. 4 victorias en total en su carrera, y nada menos que un Tour de Francia en el palmarés. La prensa no tuvo piedad con él. Que si era indigno de llevar el maillot, que si lo suyo era el mayor golpe de suerte de la historia del tour y toda una serie de lindezas que, confesó años después, le dolieron más que las piernas ante los continuos ataques de los escaladores.
Bahamontes y Gaul le atacaban desde el primer puerto, los rodadores se la liaban en las etapas llanas y en las cronos cruzaba al borde de la extenuación, pero consiguió aguantar. Por escasos segundos ante otros compañeros de escapada y por algo más de 10 minutos ante el que, de haber controlado las fugas, hubiera sido el ganador de ese Tour, el toledano Federico Martín Bahamontes.
Walkowiak fue el Salinger del ciclismo. Harto de tantos desprecios, se retiró pronto y nunca quiso hablar con la prensa. Hasta que, después de 40 años de silencio, se enfrentó a una cámara y confesó su secreto. «Nunca hablo de aquel Tour, ni siquiera con mi mujer». Poco después rompía a llorar.
«Nadie sabe cuanto sufrí», terminó por balbucear. Y es que la sombra de la victoria le persiguió toda su vida. Con el dinero de los premios abrió un bar en su ciudad, pero tuvo que cerrarlo pronto, cansado de que los parroquianos le recordasen una y otra vez su carambola en el tour. Buscó un puesto en una fábrica y desterró el ciclismo de su vida, de sus conversaciones, de su memoria.
Hoy ya no está con nosotros, y si hay alguien a quien el ciclismo deba un homenaje es a Roger Walkowiak, el campeón de la modestia, de la constancia, y sobre todo, el justo vencedor de aquel maldito Tour, el de 1956.