Por Techo Díaz.- Es una verdad irrefutable. Casi un dogma del ciclismo desde que teníamos chapas de Fabio Parra y Pedro González les llamaba así en los resúmenes de la Vuelta en TVE. Para los aficionados al ciclismo, un escarabajo siempre ha sido un escalador colombiano, mal que grupos musicales de Liverpool o coches de Volkswagen pujen por ese preciado apodo. Pero, ¿de dónde viene y qué significa el apodo de escarabajo?
Su origen es anterior, muy anterior a Lucho Herrera y Fabio Parra, e incluso a Cochise Rodriguez, que ganó varias etapas del Giro en los años 70. El apodo viene de los años 50 y se le aplicó por primera a Ramón Hoyos, la gran figura de la época, que ganó 5 veces la Vuelta a Colombia. Lo cuenta maravillosamente bien Marcos Pereda en un artículo para la revista Universo Centro, en el que relata las andanzas de la primera gran figura del ciclismo colombiano y del joven reportero que lo entrevistó por entonces, un tal Gabriel García Márquez.
Ramón ganó cinco veces la Vuelta a Colombia, pero en la primera de ellas, no la primera que ganó sino la primera que disputó, pasó auténticas penalidades. En la primera etapa se quedó rápidamente descolgado del pelotón, sufriendo lo indecible hasta que tropezó con una piedra, se fue al suelo y se dio un buen golpe en la cabeza. Al recobrar el conocimiento, la ambulancia de carrera ya estaba allí para asistirle en el abandono y llevarle hasta una ciudad próxima. Pero Ramón pasó de ellos. Se volvió a subir a la bici y, medio ciego, logró acabar la etapa. Cuando llegó a meta no quedaba absolutamente nadie.
Pasó la noche en el hospital de Honda, atendido por unas religiosas, y a la mañana siguiente, con las primera luces del alba, se escapó. Quería tomar la salida pero debía resolver un problema. Estaba descalificado. Algo parecido al fuera de control le dejaba fuera por haber llagado tan tarde a la meta el día anterior. Y sin embargo, tras mucho dar la lata y aprovecharse de que a otro descalificado, un sargento apedillado Ramírez, le volvían a admitir, Hoyos consigue que le dejen tomar la salida. “Pero usted, ¿podrá correr con ese ojo?”, le preguntan. Y el antioqueño responde: “Para lo que hay que ver con un ojo me basta”.
Y fue al día siguiente cuando nació el mito de los escarabajos. Porque el dolor no fue óbice para que el antioqueño destacase en la primera gran etapa de montaña de aquella Vuelta a Colombia. Se ascendía nada más y nada menos que el Páramo de Letras, una eternidad en bicicleta. Puertos que nada tienen que ver con los europeos, entre 50 y 80 kilómetros de longitud, según desde donde se mida. Y en esa larga y agónica subida, en bicis de los 50 con carreteras de los 50 en Colombia, emerge la figura de Ramón Hoyos, un desgarbado escalador con un estilo hosco y desmejorado, un ojo hinchado y una costra cruzándole la frente.
Era un tipo contrahecho, con las piernas muy separadas del cuadro de la bicicleta, con el tronco muy inclinado sobre el manillar. Cuentan que el narrador deportivo de la época, José Enrique Buitrago, pensó al verle llegar que no era un humano, sino un saltamontes en bicicleta. Pero la emoción fue tal que no acertó a decir la palabra.
«Parece un saltamontes», pensó. «Parece un escarabajo», dijo.
Otras versiones dicen que fue Carlos Arturo Rueda, otro periodista, quien le puso este mote. Pero poco importa ya. El apodo saltó a Europa y pasó a la historia, transmitiéndose de generación en generación. De Hoyos a Cochise, de Cochise a Lucho, de Lucho a Nairo Quintana. Todos son escarabajos y todos se enorgullecen de serlo. Es casi como un sello de calidad, como un aviso de que, cuando arrancan en las montañas, más te vale que te aprietes los machos y sepas sufrir como el bueno de Ramón Hoyos en su primera Vuelta a Colombia, aquella que no ganó pero que le hizo un hueco en la historia.