Por Techo Díaz.- Ni uno ni dos ni tres. Alberto Contador tuvo que atacar hasta 13 veces en La Vuelta antes de llegar la definitiva, eso de a la decimocuarta va la vencida.
Estaba claro. Era la rueda a seguir. Lo decíamos ya en todos los análisis que hemos hecho a la largo de la temporada. Contador es tan conocido que nadie le va a dejar escaparse, y como ya no tiene las piernas de antes (las del mejor del mundo) va a ser muy difícil que gane algo, tan siquiera una etapa, en la temporada 2017. Por eso fue tan épico, mítico, mágico y lacrimógeno su ataque en el Angliru.
Porque nadie le regaló nada. Incluso el propio Froome le dio libertad a Wout Poels para lucha por la etapa, algo que el holandés intentó unos metros antes de desisitir. ¿Tarde o pronto? Eso nunca lo sabremos, pero lo cierto es que nadie puedo con él en las rampas más duras del puerto más duro de la Vuelta. ¿Cómo lo logró si no era el más fuerte? A base de pundonor, de esfuerzo y de repetición, y con una cabeza que sí estaba por encima de las demás. El madrileño, embebido del cariño de la afición, estaba pletórico y solo eso -que no es poco- explica su sensacional rendimiento.
Pero insistimos, no lo tuvo fácil. Para llegar a eso tuvo que atacar 14 veces a lo largo de la Vuelta Ciclista a España. Casi en cada paso montañoso no andorrano de la misma. Ni tan siquiera De Gendt ha atacado tantas veces en una ronda ciclista. Este tweet del fantástico Daniel Friebe, autor del maravilloso Ascensiones Míticas, lo resume gráficamente, con un signo por cada demarraje del pistolero.
Vuelta stages & Contador attacks ?
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21??— Daniel Friebe (@friebos) 10 de septiembre de 2017
Como es sabido, el de Trek no rindió en la tercera etapa de La Vuelta, la que acabó en el principado vecino. Pero tampoco se rindió. A partir de ahí empezó un festival de ataques con escaramuzas en la quinta etapa, camino de Alcosseber, y la sexta, en una de media montaña con final en Sagunto. Tres ataques en Xorret de Catí, espoleado por muchísimo público, donde la victoria fue para el francés Alaphilippe.
Cumbre del Sol fue quizás el único día que le vimos descansar, porque en el durísimo final de Calar Alto probó otra vez fortuna. Fue donde se destapó el joven superhéroe López. Al día siguiente más de lo mismo, con final relativamente feliz en Antequera, donde no ganó pero si pellizcó algo de tiempo a sus rivales. Una de esas de media montaña que tanto le gustan al pinteño.
En Pandera y Sierra Nevada ya se lo esperaban todos. No hubo botín e incluso cedió algo de tiempo, pero no faltó a su cita con el ataque. Y tras una contrarreloj formidable, más de lo mismo en la tercera y última semana, cuando todo se supone más difícil y algunos superhits como López o Majka ya empezaban a desinflarse.
Alberto Contador atacó en todas las etapas que quedaban de La Vuelta, exprimiendo al máximo sus últimos días como profesional. El más duro quizás fue el de Los Machucos donde solo le ganó un joven y desconocido austriaco. Hacía 82 años que un austríaco no ganaba en La Vuelta, desde 1935, y Stefan Denifl salía de la nada para apagar el sueño del mejor vueltómano (hasta la fecha) del siglo XXI.
Dos veces camino de Liébana, una camino de Gijón. Contador no se rendía. Es más, parecía que cada jornada iba a más, impulsado sin duda por esa mente maravillosa que se sustentaba en el apoyo de los ciudadanos y las canciones de la bamba.
Hasta que por fin llegó. Un guionista de Netflix no lo hubiera hecho mejor. El final soñado en la cumbre soñada, con el pelotón recortando tiempo por detrás pero sin llegar a cogerle del todo. Con los más fieros corredores retorciéndose entre las cumbres del Angliru. Y con media España pendiente del televisor y de una montaña que no se acababa nunca.
No podía acabar mejor. Si lo que buscaba es épica, nada mejor que culminar tu decimocuarto intento con un disparo certero al corazón de los aficionados. Un disparo que durará para siempre.
