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Cuando llegas una hora del ganador y te están cerrando el velódromo de Roubaix

Por Techo Díaz.- Terminar la Paris-Roubaix no es algo al alcance de cualquiera. De los 6 españoles que tomaban parte en esta edición, solo Imanol Erviti consiguió terminarla. Algunos se fueron al suelo como Cortina y otros, como Barbero, mostraban en las redes sociales fotos de sus manos que dolían con solo mirarlas. Incluso el joven Marc Soler, que fue escapado gran parte del día y pasó destacado por el bosque de Arenberg, fue incapaz de acabar la carrera. Los adoquines y el Tío del Mazo se cobran sus víctimas, y en Roubaix no tienen piedad.

En 2018 terminaron 101 corredores de los 175 participantes. Oficialmente, el último en cruzar la meta fue el italiano Simone Consonni, a más de 26 minutos de Peter Sagan. A partir de ahí, todos llegaron fuera de control. Pero eso no quiere decir que no llegasen.

Si ser finisher es un orgullo para cualquier deportista, para los ciclistas esta palabra adquiere especial protagonismo cuando se trata de la Paris Roubaix. Solo acabarla constituye un hito en si mismo, y eso debió ser lo que pensó el ciclista del Delko-Marseille Evaldas Siskevicious, que llegó a una hora del ganador, cuando todo el chiringuito estaba desmontado y andaban cerrando ya las puertas del velódromo.

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La foto, que circula por redes sociales, es todo un ejemplo de lucha y de coraje. Siskevicious, que no es jugador de baloncesto aunque sí lituano, debería saber ya que su llegada no valdría para nada, que estaba fuera de control y que ni tan siquiera recibiría el cariño del público, que se había marchado a sus casas tras aplaudir hasta rabiar a Peter Sagan. Hacía una hora que todo había terminado. Y sin embargo quiso acabar. No todos los días se corre una Roubaix.

Oficialmente, aparece como “no terminó”, pero quizás esta foto le haga más famoso que cualquier otro resultado que pueda firmar su equipo este año. Y no sería del todo injusto.

Cuando era pequeño y mi padre quería motivarme en la vida y en el deporte, siempre me contaba la historia de Gabriela Andersen. Estaba basada en hechos reales, y documentada hasta la saciedad, pues fue y sigue siendo uno de los grandes momentos del deporte moderno. ¿Sabéis cuál fue el deportista más aplaudido en los últimos Juegos Olímpicos?, preguntaba mi padre. Mi yo de siete años miraba entonces hacia arriba mientras intentaba decidirse entre Epi o Corbalán. Fue la chica que llegó la última en la maratón, tambaleándose. Estaba a punto de caerse al suelo con cada paso, pero consiguió continuar, uno tras otro, hasta cruzar la meta. Entonces todo el público del estadio se levantó para aplaudirla.

Andersen, por cierto, es ahora ciclista. Regenta una floristería y disfruta de salir con su mountain bike, tentando de nuevo al Tío del Mazo como si aquello de Los Ángeles no hubiese sido suficiente. Para muchas personas, no solo para mí, sigue siendo un mito del deporte. Lo de ayer no tuvo tanta repercusión, como nunca la tienen los últimos de cada carrera. Pero tuvo un mérito del copón. Acabar la Roubaix es cosa de maestros.

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