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¿Deberían ponerse las cronos del Tour antes de la montaña?

¿Deberían ponerse las cronos del Tour antes de la montaña?

Una decepción generalizada. Así podría describirse la primera semana del Tour más esperado de los últimos tiempos. En una carrera que no sabemos si terminará, y en la que probablemente se concentre toda la temporada ciclista del aciago año 2020 los ataques se pueden contar con los dedos de un manco. Nadie se mueve y los espectadores claman de impaciencia.

Se defienden los ciclistas, claro. Desde Enric Mas a Thibaut Pinot, pasando por el más viejo del pelotón, un tal Alejandro Valverde. Que el Tour es muy largo y montañoso y que, además, se va muy rápido. Con los datos en la mano no les falta parte de razón. No tener uno, sino dos trenes controladores. hace que todo sea el doble de aburrido. Cuando no es Jumbo es Ineos quien lleva a todos con la lengua fuera y, así no hay quien salte. Ningún gallo se mueve si la pancarta de meta está a más de 200 metros.

Y el resultado es el que es: un truño infumable.

Busquemos culpables. Y soluciones. Desde el respeto máximo a los ciclistas, esta fórmula no funciona. No engancha al espectador aficionado al ciclismo, así que de los esporádicos -aquellos futboleros que se enganchaban al Tour porque no había otra cosa en julio- ni hablamos. De seguir así, esto va a tener un nicho de audiencia similar al de los dardos o al del billar, que también son deportes televisados. Solo que para montar una partida de billar se necesita una mesa, y para montar un pifostio como el Tour una inversión que nadie va a querer pagar.

Exculpados en parte (si es cierto que algo más podrían hacer) los corredores, permítanme también exculpar a los comentaristas. Por mucho que un desacertado Enric Mas diga que “si que los que nos critican estuvieran encima de la bici”, el deber de un comentarista serio es criticar este inicio de Tour. Porque se debe a su credibilidad y si empieza a decir que esto es una maravilla y una auténtico espectáculo no solo se convierte en el hazmerrerír de los programas de zapping, sino que a los que pille despiertos cambian de cadena.

Y qué decir de Twitter. Por ahí se dicen auténticas barbaridades, pero para eso está esa red social, para decir lo que piensas cuando lo piensas. Y para reflejarte a ti mismo. Al que no le guste que no lea.

Así que, ¿quiénes son los principales culpables y las posibles soluciones?

Empecemos por los organizadores de carreras. Ya está demostradísimo, más montaña no significa más espectáculo. Más finales en alto no computa como más ataques, y menos aún en el Tour. Así que, ¿por qué no volvemos al modelo antiguo de poner una contrarreloj antes de la montaña?

En tiempos de Indurain siempre había una crono antes de los Pirineos, o de los Alpes. El navarro le metía seis minutos a Pantani, Chiapucci o Ugrumov y a los susodichos no les quedaba otra que atacar en cada rampa que hubiese hasta París. Y el gran campeón les dejaba hacer. Controlaba que no se fuesen a una minutada y ya. Había leña todos los días.

Habrá quienes todo esto les suene a plesitocénico, pero hay un precedente cercano y exitoso, el Giro de 2019. La carrera italiana presentó un perfil de los de antes. 11 etapas llanas antes de tocar la montaña, con una crono el día 9. Era de 35 kilómetros porque ya nadie se atreve con las de 60, pero marcó unas diferencias de la leche. Y eso, sumado a los 8 del prólogo tuvo un veredicto claro: Primoz Roglic iba a ganar el Giro.

Y sin embargo no fue así. Landa, Carapaz y Nibali empezaron a atacarle, con cierto beneplácito del esloveno, en parte porque estaba cansado y en parte porque su equipo era débil. Y poco a poco fueron limando la ventaja que les sacaba y destrozando por completo a su equipo. Y le dejaron casi fuera del podio. Sea como fuere, emoción todos los días.

Todos los precedentes apuntan en la misma dirección. Con una crono que marque diferencias los escaladores se la juegan. Porque no tienen otra. Lo que no vale es decir que no ataco porque el puerto está a 13 kilómetros de meta, como hizo Pinot ayer.

Las redes eran ayer un clamor pidiendo la vuelta de las contrarrelojes en la primera semana. En realidad, lo que piden es la vuelta del espectáculo.

Pero más allá de los organizadores de carreras hay un segundo culpable: los directores de Jumbo e Ineos. O sus patrocinadores.

Y cuando digo Jumbo o Ineos me refiero a equipos controladores. Que ese mismo papel lo hace Movistar en vueltas menores o Arkea Samysc en pruebas francesas de segunda. Esa actitud de anteponer la victoria al espectáculo no es buena para este deporte, ni para ellos mismos. No hay simpatía por los tiranos.

Hace dos años, Primoz Roglic ganaba adeptos en el Tour al desafiar la hegemonía del Ineos y de Froome/Thomas. Hoy en día ¿quién siente admiración por el pancartero? Hace lo mismo que Ineos, pero áun más cerca de meta. Ellos al menos atacaban a dos kilómetros de meta, ahora lo hacen a 200 metros.

Seguramente es por presión de los patrocinadores, que necesitan asegurar un cierto número de victorias, pero la forma de correr de los matones no enamora. Muchos aficionados vestiríamos con gusto una equipación del Kelme (escándalos de dopaje aparte), el Café de Colombia, el Carrera de Chiapucci o el Mercatone Uno de Pantani, pero difícilmente nos vendarán una del Jumbo Visma o el Ineos Granadiers. Ganar no te da siempre la victoria.

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