No son pocos los infortunios que han perseguido a Mikel Landa en el transcurso de su carrera deportiva. Pero el de ayer es nuevo: caerse subiendo. Y de paso implicar a su lugarteniente y mejor aliado, su compañero Pello Bilbao.

Todo eso ocurrió ayer en la primera etapa de montaña de la terrorífica tercera semana del Giro, a la primera que el alavés llegan con opciones reales de ganar la general de la carrera. Otras veces llegó con más fuerzas, pero ya muy lejos del líder y trabajando para algún compañero de equipo. Hoy, a cinco días del final, el ciclista de Bahrain está solo a 59 segundos de la maglia rosa.

Aunque lo de ayer quedó solo en anécdota (Landa apenas puso pie a tierra, y Pello, aunque perdió contacto, sigue séptimo en la general) no deja de ser llamativo lo sufrido que es ser landista. Hablarán mucho los del Atlético de Madrid y su manera de sufrir, pero lo de este chico de Murguía tampoco es normal del todo. De hecho, todos sabemos que, si la cosa acaba bien, Mikel Landa será cuarto en este Giro, fuera del podio por menos de cinco segundos.

Le pasará en la última crono Almeida, o Hint, o Carapaz o al que se le den peor los tres días que quedan de montaña. Porque Landa quizás no sea el de 2015, pero no parece que nadie vaya a ser capaz de dejarle si la carretera se pone cuesta arriba. Otra cosa es que se caiga, que ya ha demostrado que es capaz de hacerlo hasta cuesta arriba.

Eso sí, que nadie se queje. Es la sal del landismo, y todos sabíamos a lo que veníamos cuando nos subimos al barco de Landa. Toca sufrir, toca -casi siempre- perder, pero toca sobre todo disfrutar como nunca. Porque siempre nos quedará la posibilidad de que en alguno de esos ataques que hace desde lo más abajo del manillar alguno de sus rivales reviente, y conozca de lo que es capaz el Tío del Mazo. Nosotros seguiremos creyendo y, por suerte para los aficionados, él también sigue creyendo. 

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