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20 años sin Marco Pantani, la pañoleta indomable del ciclismo

Por Javier García

Uno de los amores más puros de la historia del ciclismo se nos escapó entre los dedos un día de San Valentín. Marco Pantani fue uno de los mejores regalos que se le puede brindar a un deporte como este. Un genio ingobernable, como muchos otros en esa época, a los que la oscuridad les llegó antes de tiempo. Pañoleta impoluta, perilla perfeccionista y pendientes inimitables forjaron la historia de un corredor inigualable.

La leyenda de Cesena inicio su idilio por la alta montaña en un escenario totalmente alejado de la misma. Calle Aurelio Saffi, prototipo perfecto de un amor de verano italiano, carente de cuestas, bandera irrefutable de marineros. Allí, a nivel del mar se gestó uno de los mejores escaladores de la historia. Pantani sobre la bicicleta fue algo similar a un romance de entretiempo. Un afecto bruto en intensidad, pero con un desenlace predestinado a terminar en un callejón sin salida.

 

De las cumbres,´Il Pirata´ hizo su particular jardín. En su manera de correr las dosis de romanticismo eran más que evidentes, lo que creo nexos inéditos con el aficionado. Su ataque agarrado abajo fue más allá de una mirada seductora. Clase y sobre todo desfachatez ante el abismo físico, el esfuerzo no era negociable y tampoco un problema para él. Su descontrol y rebeldía absoluta monitorizaron un ciclismo que nunca volverá.

El infortunio se cruzó por primera vez ante él en 1995. Un brutal atropello juzgó su fortaleza y congeló su proyección durante un año y medio. Muchos fueron los que pensaron que el avión se había estrellado sin tiempo para el despegue. Nada más lejos de la realidad, el Tour de 1997 confirmó que Pantani apenas había escrito el primer capítulo de su libro. La esfera del pirata marcó la brecha entre generaciones, suyo fue el último doblete Giro-Tour conseguido hasta la fecha.

Para Pantani 1998 lo fue todo, el frenesí, el reconocimiento mundial y sobre todo, la infinidad. Aquel corredor de apenas 1,70 m y 57 kg de peso dió en el Galibier una estocada sin precedentes a Ullrich, aquel maillot amarillo lo alzó al cielo del ciclismo de su época. Un paseo triunfal por las calles de París que de paso sembró los brotes verdes del deporte futuro, ese donde los rodadores dejarían de tener la sartén por el mango.

Marco Pantani durante la etapa del Galivier en 1998. Fuente: Tour de Francia

De los cielos más despejados la carrera del escalador paso a un mar de nubes oscuras en apenas 365 días. A dos jornadas de conseguir su segundo Giro, Pantani era descalificado de su prueba predilecta, los niveles de hematocrito eran superiores a los permitidos. A pesar de su imborrable subida al Mont Ventoux en el Tour del 2000, la sombra del dopaje ya no daría tregua al campeón de la Romagna.

Un 14 de febrero de 2004, Pantani dejaba huérfano al mundo del ciclismo en una modesta habitación de hotel. El Pirata se fue solo y sin nadie alrededor, como muchos de sus bailes sobre la bicicleta. Aquella noche la presión inundó el cuerpo de un corredor al que también le invadió la soledad en su faceta más inoportuna. El día de los enamorados nunca tuvo tintes tan grises.

 

 

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