Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir
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Inteligencia emocional, la clave para volar en bicicleta

Sartre prefería montar en bicicleta a caminar. La monotonía del paseo le aburría, mientras que la intensidad del esfuerzo y el ritmo de un viaje en bicicleta variaban constantemente. Se entretenía acelerando en las colinas. A mí me faltaba el aire e iba tras él. En los tramos llanos pedaleaba con tal indiferencia que en dos o tres ocasiones aterrizó en la cuneta. “Estaba pensando en otras cosas”, decía. A los dos nos encantaba la libertad de bajar por una colina. El paisaje pasaba volando más rápido que cuando íbamos a pie. Al igual que él, yo estaba dispuesta a cambiar mi antigua pasión por caminar por este nuevo placer. 

El texto es de Simone de Beauvoir y pertenece al segundo libro de sus memorias: “La plenitud de la vida”. En él la escritora francesa repasa gran parte de su vida junto a Jean-Paul Sartre –con el que nunca se casó pero al que acompañó hasta el día de su muerte- y explica cómo logró abandonar su carácter circunspecto para llegar a formar parte de uno de los grupos intelectuales más relevantes del siglo XX. 

En todo ello tuvo mucho que ver la bicicleta. Esa sensación de libertad que sentía al descender una colina. La misma de la que también han hablado otros escritores como Miguel Delibes, Daniel Behrman o Ernest Hemingway. La misma que hemos sentido todos alguna vez cuando, libres de preocupaciones, dejamos volar nuestros sueños mientras gritamos –o pensamos- “soy el rey del mundo” o alguna cosa parecida. 

Algo aparentemente sencillo, pero que, lamentablemente, no nos ocurre a diario. Por mucho que usemos la bici con frecuencia, no siempre nos asalta esa sensación de libertad de la que tanto y tan bien han hablado algunos novelistas. Más bien al contrario, seguimos pensando, aún encima de la bici, en nuestras preocupaciones, en los problemas cotidianos que nos acorralan en la vida moderna. 

Y es que para poder sacarle todo el partido no bastan buenas piernas, buena ropa y buenas llantas. Hace falta inteligencia emocional. Y con ello nos referimos a la capacidad de reconocer, comprender, gestionar y utilizar eficazmente nuestras emociones en situaciones diarias. 

Aunque eso es solo la primera premisa. En realidad, inteligencia emocional va más allá de ser consciente de nuestras emociones. Se trata de conocer cómo estas emociones afectan a los demás y cómo podemos usarlas para mejorar nuestra comunicación y relaciones interpersonales. 

Y se aprende, claro. Hay cursos para ello, igual que hay clases de biomecánica deportiva o de técnicas de pedaleo. Como el curso “Despertando al Maestro Interior”, un retiro formativo intensivo de Inteligencia Emocional Práctica donde los asistentes exploran distintas claves para el crecimiento personal, como la regulación emocional, la empatía, la resiliencia o la toma de decisiones consciente. 

Porque para pedalear bien, o mejor dicho, para disfrutar sobre la bici no solo hace falta un cuerpo sano, sino una mente en condiciones. El “mens sana in corpore sano” que ya preconizaban los romanos mucho antes de que Simone de Beauvoir se subiese a una bicicleta. Algo que se puede y se debe trabajar, y que puede hacernos, ahora sí, volar sobre las colinas. 

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