Por Gonzalo Díaz Bonet
Harrison Salisbury era un periodista comprometido. Había trabajado varios años en la URSS, había cubierto el movimiento por los derechos civiles y el asesinato de Kennedy, y se había manifestado en contra de la guerra de Vietnam cuando ningún otro periodista conocido se planteaba tan siquiera cuestionarse su legitimidad.
Cuando en 1966 el Gobierno de Vietnam del Norte le invitó a conocer el conflicto de primera mano Salisbury no se lo pensó dos veces. Allí lo vio todo: las bombas, los cuerpos destrozados, la lluvia química que hacía que la piel se cayese a tiras. Tiempo después, ya de vuelta en su país, le llamaron para que compareciese ente el Senado de Estados Unidos.
El periodista quería contarlo todo. Pero los senadores estaban interesados en otras cosas. Le preguntaron por la intendencia del Vietcong, por los suministros, por cómo se movían y organizaban en medio de la selva. Salisbury dijo que lo más importante de todo eran las bicicletas. Eran las que permitían reabastecer continuamente a la guerrilla, incluso en las condiciones más adversas.
“Creo que sin bicicletas no podrán continuar la guerra”, sentenció Salisbury para cerrar su declaración. Los senadores no daban crédito. “¿Entonces por qué no estamos bombardeando las bicicletas en lugar de los puentes? ¿Sabe el Pentágono todo esto?”, dijo uno de los políticos. La sala entera estalló en carcajadas.
El final de la historia es por todos sabido. La poderosa armada norteamericana terminó retirándose del país, con un balance de pérdidas cercano a los 60.000 muertos. Y perdiendo una guerra que, teniendo en cuanta el potencial y el armamento de ambos contendientes, hubieran ganado de haberse producido un enfrentamiento convencional.
Pero una red de senderos y caminos cambió el curso de la historia. Según cuenta Leyla Martínez en el imprescindible ‘El Gran Libro de las bicicletas’, los dirigentes vietnamitas focalizaron buena parte de sus esfuerzos en la ampliación y cuidado de esta ruta, recorrida por ciclistas silenciosos e invisibles. Cuando los americanos se tomaron en serio esta amenaza, la red, bautizada ya como Ruta Ho Chi Minh, superaba los 16.000 kilómetros.
A finales de los años 60, Cuando la guerra alcanza su punto más cruel y terrible, se calcula que había unos dos mil ciclistas recorriendo la ruta. Las bicicletas se modificaban para que pudiesen transportar la carga. El cuadro se aseguraba con dos barras de metal o dos tablones de madera que además servían para colgar cajas y bolsas. También los radios de las ruedas, que se apuntalaban con listones de madera o bambú. A veces, además, se reforzaba el manillar y se mejoraba la suspensión.
También cubrían las bicicletas con hojas y ramas para que se camuflasen mejor y pudiesen recorrer los 40 km de media que hacían a diario, generalmente de noche. Testimonio de ello es el diario de la periodista Duong Thi Xuan Quy, primera mujer en actuar como corresponsal de guerra en este conflicto. Aunque murió en un bombardeo, su diario deja huella de lo duras que eran estas jornadas para los ciclistas-soldado, obligados a pedalear de noche entre la selva con pesadas cargas de material indetectables, eso sí, por los modernos helicópteros.
“Las llagas en la espalda me han dolido toda la noche. No ha sido posible echarme de espaldas y ha sido una verdadera tortura dormir de lado. No me he dado un baño desde el puesto 1, me quedaré aquí hasta mañana por la mañana y cruzaré el río a las cuatro”, cuenta en su diario.
Además de transportar armas y alimentos, las bicicletas se utilizaron en la evacuación de heridos. En 1968, una filial de Peugeot fabricó un modelo exclusivo para el ejército de Vietnam del Norte que contenía material quirúrgico y médico, y dos faros con una alargadera desmontable que podían servir para iluminar un pequeño hospital de campaña. También se diseñó un método de evacuación que consistía en unir dos bicicletas utilizando cañas de bambú y utilizarlas a modo de parihuelas para transportar heridos.
Hoy es una ruta cicloturista
En 1976, con la unificación de las dos partes de Vietnam, se ponía fin a uno de los conflictos más largos y cruentos de la guerra fría. Empezaba un periodo distinto para un país que, con los años, acabaría transformándose en un imán para turistas del mundo entero. En la actualidad la ruta de Ho Chi Minh se ha transformado en un sendero cicloturista que atraviesa bonitos pueblos, extensas plantaciones, singulares aldeas de las tribus de las colinas y majestuosos paisajes.
Como dan fe los testimonios del conflicto, la ruta es muy accidentada durante todo el recorrido, pero el esfuerzo puede merecer la pena si se busca un escenario que combine naturaleza, historia y deporte. En este camino, cerca de Hue, se encuentra el Parque Nacional Phong Nha Ke Bang. Éste alberga Son Doong, la mayor cueva del mundo, y un gran número de ríos subterráneos. Allí, se puede visitar la “Cueva del Paraíso” o explorar el lugar de rodaje de la película “Kong: La Isla Calavera”.
La ruta también ofrece la oportunidad de descubrir la historia de Vietnam. Por ejemplo, se puede visitar el cementerio militar de Truong Son o el túnel de Vinh Moc, un famoso escondite durante los numerosos bombardeos que tuvieron lugar durante la guerra de Vietnam. Una manera distinta y por suerte más civilizada de recorrer un sendero que forma parte de la historia.