Por Techo Díaz.- He leído en Twitter –concretamente en Velochrono, que es medio francés especializado en ciclismo- que Christopher Froome presenta rotura de tímpano. Del grito que le han pegado por el pinganillo del Sky cuando ha atacado en La Toissure y ha dejado en evidencia a su líder, Bradley Wiggins. Del grito que le han pegado para mandarle parar porque si no ganaba el Tour.

Yo en estos casos me descubro ante los franceses. Son los mejores haciendo humor a mala leche. Mal que nos pesen los guiñoles, cuando se meten con otros son muy divertidos. Y qué decir de La cena de los idiotas, Salir del Armario o Las aventuras del pequeño Nicolás. De hecho, las perradas que le hacen a Asurancetúrix tienen su gracia. Si le hubiésemos hecho lo mismo a King África hace tiempo ahora a nadie le sorprendería verlo campar a sus anchas por El Hormiguero.

El caso es que tras la segunda etapa de los Alpes el Tour ya es cosa de dos. Y los dos están en el mismo equipo. Así que tenemos dos opciones: o vivir un remake del Tour del 96, con Chris Froome en el papel de Jan Ullrich, o tragarnos una reposición de la más bizarra Vuelta del 2002, donde el gregario Aitor González le acabó ganando la Vuelta a su líder y compañero de equipo, el simpático Oscar Sevilla.

Hasta hoy lo tenemos claro: Froome es el bueno y Wiggins es el malo. Bradley Wiggins, que ha confesado públicamente haber dejado la cerveza sin ningún tipo de escrúpulos, es antipático, no da espectáculo, corre escondido y sólo funciona en las contrarrelojes, donde tampoco es Indurain. A su favor únicamente que lleva patillas.

Froome es un joven corredor de cara dulce, de origen keniata, bueno contra el crono y espectacular en la montaña, siempre dispuesto a sacrificarse por su líder y ahora sordo de un oído por haber osado atacar en la última etapa alpina, cuando el máximo rival de su líder, Cadel Evans, estaba cediendo.

Está claro quién es el bueno, basta además mirarles a los ojos. Pero… ¿y si el bueno sucumbe al anillo de poder? ¿Y si oye la llamada del mal y no duda en unirse a los orcos y demás criaturas del inframundo? Un Tour de Francia es mucho Tour de Francia y un león de peluche es mucho león de peluche.

 

Aitor González se rebeló en el Kelme y ganó la Vuelta de 2002. Nunca más volvió a ganar una gran vuelta por etapas, ni a disputarla siquiera. Cómo se sentiría ahora si hubiese hecho caso a las órdenes de su director, Vicente Belda, y se hubiese quedado en las rampas del Angliru a esperar a su jefe de filas, Óscar Sevilla. Pero Aitor no hizo caso, tiró para adelante y ganó aquella Vuelta a España.

Jan Ullrich fue el perfecto gregario de Bjarne Riis en el tour del 96. El alemán, un prodigio de la naturaleza, iba tan sobrado que pensó que iba a ganar los siete tours siguientes. Ganó uno. Luego llegó Armstrong y le destrozó los siete siguientes. Quizás ahora tendría dos.

El conflicto moral para el corredor de origen keniata no es moco de pavo. Debe elegir entre ser el perfecto yerno y abnegado súbdito del imperio británico que todo lo antepone por su capitán o ser el ganador del Tour de Francia. Debe elegir, y no es poco, entre el bien y el mal. Pero, ¿cuál es el bien y cuál es el mal?

 

 

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