130 kilómetros. “Eso no da para nada” dijeron algunos, y no pocos, cuando vieron el perfil de la decimoséptima etapa del Tour de Francia. Lo mismo que con aquella de poco más de 150 kilómetros en Granon.
Pues bien, las dos ya son historia y han sido una parte imprescindible para forjar el mejor Tour de Francia de los últimos años. El Tour que nos tiene a todos con la boca abierta, pensando en si lo que estamos viviendo es real o se trata de una reposición de ciclismo de otras épocas pero no en blanco y negro sino en color.
Y es que, al fin y al cabo, la carrera la hacen los ciclistas. Y este año los corredores tienen ganas de marcha día sí y día también, pero si a eso le sumamos un trazado que invita al espectáculo el cóctel es perfecto. Las etapas cortas tienen detractores, está claro, hay quien dice que en una Gran Vuelta todos los días deberían tener como mínimo 180 kilómetros, pero visto lo visto, muchos dirán “a mí que me den 120 kilómetros de fuegos artificiales y no 180 de siesta”.
Es el eterno dilema, como si es necesario introducir una etapa con adoquines en pleno Tour de Francia. Pero, en resumen, ¿qué es una Gran Vuelta sino una combinación de diferentes modalidades y escenarios a lo largo de varios días?
Y en esta variedad, no solo entran las etapas de montaña, los sprints y las contrarreloj, también tienen cabida jornadas de 220 kilómetros y otras de poco más de 100. Se dice que en la variedad está la virtud y eso es lo que está quedando claro en este Tour de Francia. Aunque eso sí, no nos engañemos, esto no sería lo mismo sin el ansia de Rock&Roll que tienen los Pogaçar, Vingegaard, Van Aert y compañía.
