El reposo y el paso de los días siempre da una perspectiva diferente de las cosas. Por eso, ahora que ya han pasado al menos 48 horas desde que La Vuelta a Burgos terminó todo se puede analizar seguro desde un prisma más adecuado. No ya desde el punto de vista deportivo, que no es de lo que nos vamos a ocupar en este artículo, sino más bien desde el plano social.

44 ediciones ya de esta carrera la siguen afianzando como una de las grandes referencias del calendario ciclista español. Hace tiempo que trasciende mucho más allá y que hay corredores que la ‘utilizan’ como banco de pruebas para conocer su estado de forma de cara a La Vuelta a España y eso siempre hace que el atractivo sea impresionante. Valverde, Landa, Juanpe López o Supermán han sido solo algunos de estos ciclistas que se han querido probar en Burgos antes de afrontar la tercera y última grande del año.

Pero para Burgos, su provincia y sobre todo su gente esta competición es un verdadero tesoro. Y uno se da todavía más cuenta cuando puede vivir desde dentro la carrera y se para a charlar tranquilamente con los hinchas locales. ¿Qué aficionado al ciclismo no firmaría bajar las escaleras de su casa y encontrarse de frente, por ejemplo, con Vincenzo Nibali? Esa es la gran fortuna de los burgaleses y de la gente que vive en los alrededores, disfrutar durante varios días de manera ininterrumpida del mejor nivel del mundo y los mejores corredores del planeta.

Son muchos los aficionados que, durante los cinco días que ha durado esta edición de La Vuelta a Burgos, se han planificado sus jornadas enteras, incluso han retocado sus vacaciones en el trabajo, para poder vivir la carrera de lleno. Cinco intensas fechas en las que todo lo demás pasa a un segundo plano y donde dentro de una misma provincia todo pilla a mano.

Los planes son diversos. Los hay que, utilizando el coche como medio de transporte, van a la salida, se posicionan en un punto intermedio después y terminan yendo a la meta para ver pasar a los corredores varias veces. Otros, directamente se suben a la bici y acuden al lugar de llegada para experimentar la dureza del recorrido en sus propias carnes. Los más familiares, cogen a sus parejas, padres, hijos o hermanos y disfrutan de una fecha inolvidable con un picnic de por medio.

Ese es el tesoro que tienen en Burgos y en muy pocos lugares más. Porque una Gran Vuelta abarca mucho más territorio, pero esta lo tiene todo, corredores del nivel más alto y una facilidad enorme para poder seguirla a diario en directo. Que lo sigan cuidando y disfrutando.

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